(De "Los Signos Sagrados" por Romano Guardini)
¿Y cuándo más clara que en la presencia de Dios la sensación de pequeñez? ¡El Dios excelso, que era ayer lo que es hoy y será dentro de cien mil años! ¡El Dios que llena este aposento, y la ciudad, y el universo, y la inmensidad del cielo estelar! ¡El Dios ante quien todo es como un grano de arena! ¡El Dios santo, puro, justo y altísimo! ¡El, tan grande! ¡Y yo, tan pequeño! Tan pequeño, que ni remotamente puedo competir con Él; que ante Él yo soy nada.
Sin más, cae en la cuenta de que ante Él no es posible presentarse altivo. «Se empequeñece»; desearía reducir su talla, por no presentarla allí altanera; y ¡mira!, ya ha entregado la mitad, postrándose de rodillas Y si el corazón no está aún satisfecho, cabe doblar la frente. Y aquel cuerpo inclinado parece decir: «Tú eres el Dios excelso; yo, la nada.»
Al arrodillarte, no seas presuroso ni inconsiderado. Es preciso dar a ese acto un alma, que consista en inclinar a la vez por dentro el corazón ante Dios can suma reverencia. Ya entres en la iglesia o salgas de ella, ya pases ante el Altar, dobla hasta el suelo la rodilla, pausadamente; y dobla a la vez el corazón. diciendo: «¡Soberano Señor y Dios mío!…» Si así lo hicieres, tu actitud será humilde y sincera; y redundará en bien y provecho de tu alma.