María, la Virgen, se nos fue al cielo. En alma y cuerpo. Misterio de la Asunción. A nuestra generación le han tocado la honra y el gozo de asistir a la proclamación de este dogma.
Los hombres tenemos uno de nuestra raza, un hermano nuestro, que es Dios.
Y una mujer de nuestro linaje, hermana nuestra, que es Madre de Dios.
Y uno y otra, juntos, cuerpo y alma, siguen nuestros pasos, nos aman y nos esperan en la Felicidad que no tiene fin.
Los hombres tenemos uno de nuestra raza, un hermano nuestro, que es Dios.
Y una mujer de nuestro linaje, hermana nuestra, que es Madre de Dios.
Y uno y otra, juntos, cuerpo y alma, siguen nuestros pasos, nos aman y nos esperan en la Felicidad que no tiene fin.
Entrando (el ángel) donde ella estaba, le dijo; «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1,28).
Dijo María: «Mi alma alaba al Señor, y exulta de júbilo mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva, por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque ha hecho en mí maravillas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo» (Lc 1,46-49).
Mi mejor invento, dice Dios, es mi madre.
Me faltaba una madre y me la hice.
Hice Yo a mi madre antes que ella me hiciese. Así era más seguro.
Ahora sí que soy hombre como todos los hombres.
Ya no tengo nada que envidiarles, porque tengo una madre, una madre de veras.
Sí, eso me faltaba.
Mi madre se llama María, dice Dios.
Su alma es absolutamente pura y llena de gracia.
Su cuerpo es virginal y habitado de una luz tan espléndida, que cuando Yo estaba en el mundo no me cansaba nunca de mirarla, de escucharla, de admirarla.
¡Qué bonita es mi madre! Tanto, que dejando las maravillas del cielo nunca me sentí desterrado junto a ella.
Y fijaos si sabré Yo lo que es eso de ser llevado por los ángeles..., pues bien: eso no es nada junto a los brazos de una madre, creedme.
Mi madre ha muerto, dice Dios. Cuando me fui al cielo Yo la echaba de menos. Y ella a Mí.
Ahora me la he traído a casa, con su alma, con su cuerpo, bien entera.
Yo no podía portarme de otro modo. Debía hacerlo así. Era lo lógico.
¿Cómo iban a secarse los dedos que habían tocado a Dios?
¿Cómo iban a cerrarse los ojos que Lo vieron?
Y los labios que Lo besaron ¿creéis que podrían marchitarse?
No, aquel cuerpo purísimo, que dio a Dios un cuerpo, no podía pudrirse entre la tierra.
Y Yo no fui capaz. ¿Cómo iba a hacerlo? Habría sido horrible para Mí.
¿O no soy Yo el que manda? ¿De qué iba a servirme, si no, el ser Dios?
Además, dice Dios, también lo hice por mis hermanos los hombres:
para que tengan una madre en el cielo, una madre de veras, como las suyas, en cuerpo y alma.
La mía.
Bien. Hecho está. La tengo aquí, conmigo, desde el día de su muerte. Su asunción, como dicen los hombres.
La madre ha vuelto a encontrar a su Hijo, y el Hijo a la madre, en cuerpo y alma, el uno junto al otro, eternamente.
Ah, si los hombres adivinasen la belleza de este misterio...
Ellos lo han reconocido al fin oficialmente. Mi representante en la tierra, el Papa, lo ha proclamado solemnemente.
]Da gusto, dice Dios, ver que se aprecian los dones que uno hace! Aunque la verdad es que el buen
pueblo cristiano ya había presentido ese misterio de amor de hijo y de hermano...
Y ahora: que se aprovechen, dice Dios.
En el cielo tienen una madre que les sigue con sus ojos, con sus ojos de carne.
En el cielo tienen una madre que los ama con todo su corazón, con su corazón de carne.
Y esa madre es mía. Y me mira a Mí con los mismos ojos que a ellos, me ama con el mismo corazón.
Ah, si los hombres fueran picaros... Bien se aprovecharían.
¿Cómo no se darán cuenta de que Yo a ella no puedo negarle nada?
¡Qué queréis! ¡Es mi madre! Yo lo quise así.
Y bien... no me arrepiento.
Uno junto al otro, cuerpo y alma, eternamente Madre e Hijo...