Cuando se ofreció ante mis ojos el horizonte de la perfección,
comprendí que para ser santa había que sufrir mucho,
buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma.
Comprendí que en la perfección había muchos grados,
y que cada alma era libre de responder a las invitaciones del Señor
y de hacer poco o mucho por él,
en una palabra, de escoger entre los sacrificios que él nos pide.
Entonces, como en los días de mi niñez, exclamé:
"Dios mío, yo lo escojo todo.
No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti,
sólo me asusta una cosa: conservar mi voluntad.
Tómala, ¡pues yo escojo todo lo que tú quieres...!"