(De "Los Signos Sagrados" por Romano Guardini)
Ha comenzado la Santa Misa. El celebrante está en las gradas del Altar. Los fieles o, haciendo sus veces, el monaguillo, rezan: «Yo, pecador, me confieso a Dios Padre todopoderoso…, que pequé gravemente con el pensamiento, palabra y obra, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa» Y al pronunciar la palabra «culpa» dan con la mano en el pecho.
¿Qué querrá decir eso de golpearse el pecho el hombre? Tratemos de escudriñarlo.
Para ello, comencemos haciendo bien ese acto. No un toquecito leve en la ropa con las yemas de los dedos; a puño cerrado hay que batir el pecho.
Para ello, comencemos haciendo bien ese acto. No un toquecito leve en la ropa con las yemas de los dedos; a puño cerrado hay que batir el pecho.
¿No has visto por ventura en alguno de esos cuadros antiguos a San Jerónimo en el desierto, hincado de rodillas, golpearse el pecho con una piedra?
Pues así ha de ser: no mera ceremonia, sino verdadero golpe, que, asestado en las puertas de nuestro mundo interior, le ponga en sobresalto. Entonces entenderemos qué significa el golpe de pecho. Este mundo interior nuestro había de estar lleno de vida, de luz y actividad viril.
Mas ¿qué aspecto ofrece en realidad? Tan serias obligaciones como nos incumben, deberes de nuestro cargo, necesidades, resoluciones que tomar; con todo, apenas si se nota dentro algún movimiento.
Tantas culpas como pesan sobre nosotros; ¡y cuán poco nos dolemos de ellas! «Media vita in morte sumus: en la flor de la vida estamos cercados de muerte»; y no reparamos en ello.
Mas de pronto suena la aldabada de Dios: «¡Despierta! ¡Mira en derredor! ¡Entra en cuentas contigo mismo! ¡Conviértete! ¡Haz penitencia!» Este aviso divino se representa y materializa en el golpe de pecho, que, llegando adentro, ha de poner en conmoción a ese mundo interior, para que despierte, abra los ojos y se convierta a Dios.
Reflexionando, cae en la cuenta de haber disipado la seriedad de la vida, infringido los mandamientos y descuidado los deberes «por su culpa, por su culpa por su grandísima culpa».
En su culpa vive aherrojado sin otro arbitrio para salir de ella que reconocer sinceramente: «Pequé con el pensamiento, palabra y obra contra el Dios de la santidad y contra la Comunión de los Santos.» Se pone de parte de Dios y sale por Él contra sí mismo; conforma su sentir con el de Dios; cobra odio de sus pecados y descarga la mano contra el pecho.
Tal es. pues, el significado de batir el pecho: el hombre despierta; sacude el mundo interior, para que oiga el llamamiento divino; vuelve por los fueros de Dios y usa de rigor consigo mismo. Reflexión, en suma, arrepentimiento y mudanza de vida.
Por eso preste y pueblo se dan golpes de pecho al Confiteor de la oración de las gradas. Lo hacemos asimismo antes de la Comunión, al mostrarse el cuerpo de Cristo, diciendo: «Señor, yo no soy digno de que entréis en mi morada.» Y en las Letanias de los Santos, cuando, reconociéndonos pecadores, rezamos: «Peccatores, te rogamus audi nos: nosotros, pecadores, te rogamos nos escuches.»
No siempre el significado de este uso es el que acabamos de señalar, sino otro más atenuado. Así, los fieles se dan golpes de pecho en la Consagración, al alzar el celebrante de la Sagrada Forma y el Cáliz; y también en el Angelus, cuando dicen: «El Verbum caro facti, est: y el Verbo se hizo carne.» Aquí ha perdido el golpe su sentido propio, reduciéndose a mera expresión genérica de reverencia y humildad.
Mas debería conservar la austera seriedad de llamamiento a la reflexión y de penitencia que se impone a sí mismo el corazón contrito.