Sagrado Corazón de Jesús

(Del Rezo del Angelus del Papa Juan Pablo II del 23 de junio de 2002)

El mes de junio se caracteriza, de modo particular, por la devoción al Sagrado  Corazón de Jesús. Celebrar el Corazón de Cristo significa dirigirse hacia el centro  íntimo de la persona del Salvador, el centro que la Biblia identifica precisamente  con su corazón, sede del amor que ha redimido el mundo.

Si ya el corazón humano representa un misterio insondable que sólo Dios  conoce, ¡cuánto más sublime es el Corazón de Jesús, en el que late la vida  misma del Verbo! En él, como sugieren las hermosas letanías del Sagrado  Corazón, haciéndose eco de las Escrituras, se encuentran todos los tesoros de la  sabiduría y de la ciencia, y toda la plenitud de la divinidad.

Para salvar al hombre, víctima de su misma desobediencia, Dios quiso darle un  "corazón nuevo", fiel a su voluntad de amor. Este corazón es el Corazón de Cristo, la obra maestra del Espíritu Santo,  que comenzó a latir en el seno virginal de María y fue traspasado por la lanza en  la cruz, convirtiéndose de este modo, y para todos, en manantial inagotable de  vida eterna. Ese Corazón es ahora prenda de esperanza para todo hombre.

¡Cuán necesario es para la humanidad contemporánea el mensaje que brota  de la contemplación del Corazón de Cristo! En efecto, ¿de dónde, si no es de esa  fuente, podrá sacar las reservas de mansedumbre y de perdón necesarias para  resolver los duros conflictos que la ensangrientan?

Al Corazón misericordioso de Jesús quisiera encomendarle hoy de modo especial  a cuantos viven en Tierra Santa:  judíos, cristianos y musulmanes. Ese Corazón  que, colmado de afrentas, no albergó jamás sentimientos de odio y venganza,  sino que pidió el perdón para sus asesinos, nos señala el único camino para salir  de la espiral de la violencia:  el de la pacificación de los ánimos, de la comprensión recíproca y de la reconciliación.

Junto con el Corazón misericordioso  de Cristo veneramos el Corazón  inmaculado de María santísima, mediadora de gracia y de salvación.

A ella nos dirigimos con confianza ahora para implorar misericordia y paz para la  Iglesia y para el mundo entero.