En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
-No llores.
Se acercó al ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
-¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo:
-Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
REFLEXIÓN (de "Tratados sobre el Evangelio de San Juan" por san Agustín):
Si, pues, el Señor, por su gracia y por su misericordia, resucita a las almas para que no muramos por siempre, bien podemos suponer que los tres muertos que resucitó en sus cuerpos significan y son figura de las resurrecciones de las almas que se obran por la fe. Resucitó al hijo del archisinagogo cuando aún estaba en casa de cuerpo presente; resucitó al joven hijo de la viuda cuando le llevaban ya fuera de las puertas de la ciudad; resucitó a Lázaro, que llevaba cuatro días en el sepulcro.
Mire cada cual para su alma. Muere si peca, porque el pecado es la muerte del alma. Pero a veces se peca de pensamiento; te agradó lo que era malo, consentiste; pecaste; ese consentimiento te dio la muerte, pero esa muerte es interna, porque el mal pensamiento no pasó a la obra. Para indicar el Señor que El resucita a estas almas, resucitó a aquella niña que todavía no había sido sacada fuera, sino yacía muerta en la casa: estaba oculta, como el pecado. Pero, si no sólo diste el consentimiento a la mala delectación, sino que pusiste el mal por obra, lo sacaste afuera, como a un muerto; ya estás fuera y levantado como cadáver. Sin embargo, el Señor resucita también a éste y lo devuelve a su madre viuda. Si pecaste, arrepiéntete, y el Señor te resucitará y te devolverá a la Iglesia, tu madre. El tercero de los muertos es Lázaro.
Hay un género de muerte detestable, que se llama hábito perverso. Porque una cosa es pecar, y otra tener el hábito del pecado. Quien peca y al punto se enmienda, pronto vuelve a la vida, porque aún no está amarrado por el hábito; aún no está sepultado. Pero quien tiene el hábito del pecado está ya sepultado, y bien puede decirse que ya hiede, pues empieza a tener mala fama como si fuera un hedor insoportable. Tales son los dados al vicio y de perversas costumbres. Les dices: No hagas esto. ¿Cuándo has sido escuchado por quien está bajo tierra y se deshace en la corrupción, y está bajo la gruesa losa de la costumbre? Pues ni para resucitar a éste fue menor el poder de Cristo.
Lo sabemos, lo hemos visto y diariamente vemos a hombres que, cambiadas sus pésimas costumbres, viven mejor que quienes los reprendían. Detestabas a ese hombre, pues ahí tienes a la misma hermana de Lázaro (si es que es la misma que ungió con el ungüento los pies del Señor y los enjugó con sus cabellos después de haberlos lavado con sus lágrimas) mejor resucitada que su hermano, ya que fue libertada de la pesada mole de sus hábitos perversos e inveterados. Era una pecadora de fama, y de ella se dijo: Se le perdonan muchos pecados porque amó mucho.
Vemos a muchos, hemos conocido a muchos; nadie desespere, nadie presuma de sí mismo. Es malo desesperar y presumir de sí. No desesperes y elige aquello de lo cual debes presumir.
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Mire cada cual para su alma. Muere si peca, porque el pecado es la muerte del alma. Pero a veces se peca de pensamiento; te agradó lo que era malo, consentiste; pecaste; ese consentimiento te dio la muerte, pero esa muerte es interna, porque el mal pensamiento no pasó a la obra. Para indicar el Señor que El resucita a estas almas, resucitó a aquella niña que todavía no había sido sacada fuera, sino yacía muerta en la casa: estaba oculta, como el pecado. Pero, si no sólo diste el consentimiento a la mala delectación, sino que pusiste el mal por obra, lo sacaste afuera, como a un muerto; ya estás fuera y levantado como cadáver. Sin embargo, el Señor resucita también a éste y lo devuelve a su madre viuda. Si pecaste, arrepiéntete, y el Señor te resucitará y te devolverá a la Iglesia, tu madre. El tercero de los muertos es Lázaro.
Hay un género de muerte detestable, que se llama hábito perverso. Porque una cosa es pecar, y otra tener el hábito del pecado. Quien peca y al punto se enmienda, pronto vuelve a la vida, porque aún no está amarrado por el hábito; aún no está sepultado. Pero quien tiene el hábito del pecado está ya sepultado, y bien puede decirse que ya hiede, pues empieza a tener mala fama como si fuera un hedor insoportable. Tales son los dados al vicio y de perversas costumbres. Les dices: No hagas esto. ¿Cuándo has sido escuchado por quien está bajo tierra y se deshace en la corrupción, y está bajo la gruesa losa de la costumbre? Pues ni para resucitar a éste fue menor el poder de Cristo.
Lo sabemos, lo hemos visto y diariamente vemos a hombres que, cambiadas sus pésimas costumbres, viven mejor que quienes los reprendían. Detestabas a ese hombre, pues ahí tienes a la misma hermana de Lázaro (si es que es la misma que ungió con el ungüento los pies del Señor y los enjugó con sus cabellos después de haberlos lavado con sus lágrimas) mejor resucitada que su hermano, ya que fue libertada de la pesada mole de sus hábitos perversos e inveterados. Era una pecadora de fama, y de ella se dijo: Se le perdonan muchos pecados porque amó mucho.
Vemos a muchos, hemos conocido a muchos; nadie desespere, nadie presuma de sí mismo. Es malo desesperar y presumir de sí. No desesperes y elige aquello de lo cual debes presumir.
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