Miserere

(Del poeta venezolano-chileno Andrés Bello (1781-1865))
¡Piedad, piedad, Dios mío!
¡Que tu misericordia me socorra!
Según la muchedumbre
de tus clemencias, mis delitos borra.

De mis iniquidades
lávame más y más; mi depravado
corazón quede limpio
de la horrorosa mancha del pecado.

Porque, Señor, conozco
toda la fealdad de mi delito,
y mi conciencia propia
me acusa y contra mí levanta el grito.

Pequé contra Ti solo;
a tu vista obré mal; para que brille
tu justicia, y vencido,
el que te juzgue tiemble y se arrodille.

Objeto de tus iras
nací, de iniquidades mancillado,
y en el materno seno
cubrió mi ser la sombra del pecado.

En la verdad te gozas
y para más rubor y más afrenta,
tesoros me mostraste
de oculta celestial sabiduría.

Pero con el hisopo
me rociarán, y ni una mancha leve
tendré ya; lavárasme,
y quedaré más blanco que la nieve.

Sonarán tus acentos
de consuelo y de paz en mis oídos,
y celeste alegría
conmoverá mis huesos.

Aparta, pues, aparta
tu faz, ¡oh, Dios!, de mi maldad horrenda
rastro de culpa por tu enojo encienda.

En mis entrañas cría
un corazón que con ardiente afecto
te busque; un alma pura,
enamorada de lo justo y recto.

De tu dulce presencia,
en que al lloroso pecador recibes,
no me arrojes airado
ni de tu santa inspiración me prives.

Restáurame en tu gracia,
que es del alma salud, vida y contento;
y al débil pecho infunde
de un ánimo real el noble aliento:
haré que el hombre injusto
de su razón conozca el extravío;
le mostraré tu senda,
y a tu ley santa volverá al impío.

Mas líbrame de sangre,
¡mi Dios, mi Salvador! ¡Inmensa fuente
de piedad! Y mi lengua
loará tu justicia eternamente.

Desatarás mis labios,
si santo un pecador que llora alcanza,
y gozosa a las gentes
anunciará mi lengua tu alabanza.

Que si víctima fueran
gratas a Ti, las inmolará luego;
pero no es sacrificio
que te deleita el que consume el fuego.

Un corazón doliente
es la expiación que a tu justicia agrada:
la víctima que aceptas
es un alma contrita y humillada.

Vuelve a Sión tu benigno
rostro primero y tu piedad amante
y sus muros humilde
Jerusalén, Señor, al fin levante.

Y de puras ofrendas
se colmarán tus aras y propicio
recibirás un día
el grande inmaculado sacrificio.