Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos
carne de un ciego destino.
Tú nos hiciste, tuyos somos.
Nuestro destino es vivir
siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.
Cuando la pena nos alcanza
por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido
busca en la fe su esperanza,
en tu palabra confiamos,
con la certeza que tú
ya le has devuelto la vida,
ya le has llevado a la luz.
Cuando, Señor, resucitaste,
todos vencimos contigo.
Nos regalaste la vida
como en Betania al amigo.
Si caminamos a tu lado,
no va a faltarnos tu amor,
porque, muriendo, vivimos
vida más clara y mejor.