En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
-Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
REFLEXIÓN:
La Ascensión del Señor marca el final del tiempo de Jesús en la tierra. Tras haber cumplido a plenitud el encargo del Padre, el Hijo vuelve al Cielo a recibir la gloria que tenía junto al Padre. Constituye otra separación entre Jesús y sus seguidores; la primera ocurrió con su muerte en cruz.
El episodio tiene como testigos a los discípulos. Estos habían convivido con su Maestro por unos años, antes del acontencimiento de la crucificción; también habían compartido con él en varías apariciones que acontecieron en los 40 días posteriores a su resurrección. Ahora reciben de él explicaciones adicionales, referentes a lo que han presenciado y compartido juntos.
Pero lo aprendido no termina aquí; Jesús les dice que en su Nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados, es decir, la Buena Noticia del Evangelio. Esa predicación, que es una continuación de la obra de Jesús, habrá de ser iniciada precisamente por ellos; por lo que está llegando el tiempo de poner en ejecución lo aprendido del mejor maestro que podría existir.
Pero esa función no podrán realizarla únicamente con las fuerzas individuales de cada uno, por eso la promesa del Espíritu Santo completa el envío a la misión. La próxima llegada del Paráclito, enviado por Jesús, y prometido desde antaño por el Padre, les revestirá de la necesaria fuerza de lo alto, y de los conocimientos indispensables.
En el texto paralelo de Lucas, la bendición del Señor es gesticular, lo hace levantando las manos; expresa, además de una fortaleza para la encomendada misión, una señal de despedida. El tiempo de Jesús en la tierra ha terminado, sus discípulos ya no le verán más como hasta entonces le habían visto. A partir de ese momento el Señor estará presente en la Palabra que habrá de ser proclamada en su Nombre, en el Pan Eucarístico que habrán de compartir como Iglesia, así como en el hermano, principalmente en el pobre y el necesitado.
Pero a pesar de la despedida, el momento no es de tristeza; los discípulos asumen con alegría la misión; comienza el tiempo de la Iglesia.
Si Jesús fue combatido por el maligno, la Iglesia no puede esperar menos dificultades; no todo será un camino de rosas. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, siempre habrá de proporcionar la fuerza necesaria; ayudándola a conducirse y mantenerse unida, y poder vencer los obstáculos que se presenten en el cumplimiento de la misión asignada por Jesús. Así continuará siendo hasta la Parusía, la segunda venida del Señor al final de los tiempos.
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El episodio tiene como testigos a los discípulos. Estos habían convivido con su Maestro por unos años, antes del acontencimiento de la crucificción; también habían compartido con él en varías apariciones que acontecieron en los 40 días posteriores a su resurrección. Ahora reciben de él explicaciones adicionales, referentes a lo que han presenciado y compartido juntos.
Pero lo aprendido no termina aquí; Jesús les dice que en su Nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados, es decir, la Buena Noticia del Evangelio. Esa predicación, que es una continuación de la obra de Jesús, habrá de ser iniciada precisamente por ellos; por lo que está llegando el tiempo de poner en ejecución lo aprendido del mejor maestro que podría existir.
Pero esa función no podrán realizarla únicamente con las fuerzas individuales de cada uno, por eso la promesa del Espíritu Santo completa el envío a la misión. La próxima llegada del Paráclito, enviado por Jesús, y prometido desde antaño por el Padre, les revestirá de la necesaria fuerza de lo alto, y de los conocimientos indispensables.
En el texto paralelo de Lucas, la bendición del Señor es gesticular, lo hace levantando las manos; expresa, además de una fortaleza para la encomendada misión, una señal de despedida. El tiempo de Jesús en la tierra ha terminado, sus discípulos ya no le verán más como hasta entonces le habían visto. A partir de ese momento el Señor estará presente en la Palabra que habrá de ser proclamada en su Nombre, en el Pan Eucarístico que habrán de compartir como Iglesia, así como en el hermano, principalmente en el pobre y el necesitado.
Pero a pesar de la despedida, el momento no es de tristeza; los discípulos asumen con alegría la misión; comienza el tiempo de la Iglesia.
Si Jesús fue combatido por el maligno, la Iglesia no puede esperar menos dificultades; no todo será un camino de rosas. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, siempre habrá de proporcionar la fuerza necesaria; ayudándola a conducirse y mantenerse unida, y poder vencer los obstáculos que se presenten en el cumplimiento de la misión asignada por Jesús. Así continuará siendo hasta la Parusía, la segunda venida del Señor al final de los tiempos.
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