En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo:
-No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.
Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.
REFLEXIÓN:
Lucas relata en el tercer Evangelio dos envíos misioneros, el de los doce apóstoles y el de los setenta y dos discípulos. En cada caso el Señor les da autoridad y poder sobre el mal, para que puedan cumplir cabalmente el encargo.
La misión consiste en proclamar el Reino de Dios y curar a los enfermos. El anuncio va acompañado de signos que aumentan la fe.
Los misioneros reciben la instrucción de aligerar el equipaje y confiar para el sustento y protección en la providencia de Dios, más que en sus propias pertenencias y pertrechos.
El bastón, que ayuda en los caminos y es instrumento de protección contra víboras, fieras y asaltantes, tampoco es recomendado; el misionero es un pacificador, y como tal debe presentarse.
Tiempo más tarde Jesús habría de enviar a los setenta y dos discípulos en una misión de más alcance que esta, pero también limitada a la región de los judíos.
Al final de su tiempo en la tierra, Jesús hace el envío final, que nos incluye a todos nosotros: nos manda hasta los confines de la tierra a hacer discípulos en su nombre.
Ese mandato es aún válido, y lo seguirá siendo hasta el final de los tiempos; lo recibimos en nuestro bautizo.
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