Cristo lava a su Iglesia con el baño del segundo nacimiento

(De las homilías de Orígenes, presbítero, sobre el libro del Génesis)

Lava su ropa en vino y su túnica en sangre de uvas. Según la interpretación histórica, estas palabras parecen significar la abundancia de vino mediante la imagen de un campo fértil en vides. Pero nuestra interpretación mística nos introduce en una significación más noble. Pues la túnica de Cristo que se lava en vino simboliza ciertamente a la Iglesia, que él mismo se purificó en su propia sangre, una Iglesia sin mancha ni arruga. Pues –como dice el Apóstol– os rescataron no con oro ni plata, sino con la sangre preciosa del Unigénito de Dios. Por tanto, en el vino de esta sangre, es decir, en el baño del segundo nacimiento, Cristo lava a su Iglesia.

En efecto, por el bautismo fuimos sepultados en la muerte, en su sangre, esto es, somos bautizados en su muerte. Veamos ahora cómo lavó su túnica en sangre de uvas. La túnica es una prenda más cercana del cuerpo, más íntima que el manto. Así pues, los que en un primer momento fueron lavados en el baño, convirtiéndose así en su manto, en un segundo momento llegaron al sacramento de la sangre de uvas, es decir, se hicieron partícipes de un misterio más interior y más secreto, pasando a ser su túnica.

Efectivamente, se lava el alma en sangre de uvas cuando empieza a comprender la razón de este misterio. Pues una vez conocida y comprendida la virtud de la sangre del Verbo de Dios, cuanto más capaz se va haciendo el alma, tanto más pura es lavándose cada día para progresar en la ciencia; y, uniéndose a Dios, no sólo se convertirá en su túnica, sino que será un espíritu con él.

Sus ojos chispean de gracia a causa del vino. Apoyados en la autoridad apostólica, hemos dejado sentado más arriba que miembros de Cristo son todos los fieles que viven dignamente, y que los diversos miembros se especifican en función del servicio que cada uno de ellos ejerce para el bien de todo el cuerpo de la Iglesia. Así, serán pies de Cristo los que corren a hacer la paz, los que se apresuran a socorrer a los que padecen alguna necesidad. Serán manos de Cristo las que se tienden para practicar la misericordia, las que son portadoras de auxilio a los necesitados, las que prestan apoyo a los inválidos. Asimismo serán ojos de Cristo los que aportan a todo el cuerpo la luz de la ciencia. Como está escrito en el evangelio: La lámpara del cuerpo es el ojo. Por eso tales ojos son portadores de gracia, ya que la palabra de sabiduría tiene una pizca de sal, para ser agradable al auditorio. Pero el ojo no es calificado de portador de gracia únicamente porque proporciona expresión adecuada a la ciencia, sino porque, además, causa la gracia por sí mismo.