La siembra


El terreno tiene que ser apto, estar dispuesto a recibir la semilla a ser sembrada en él; si es pedregoso o, en general, de escasas condiciones para el cultivo, vano podría ser el intento.

Es necesario preparar la tierra, es decir: limpiar, arar, abonar, para luego sembrar. Incluso, después de la siembra, se requiere el esfuerzo de continuar con el cuidado del espacio ya sembrado con reguío, abono y mantener fuera las malas hierbas indeseadas que podrían "ahogar" lo ya sembrado; además eliminar y apartar las plagas que podrían arruinar todo el empeño y trabajo ya efectuado.

En resumen el campo a sembrar requiere estar en buenas condiciones para que el cultivo alcance el objetivo esperado.

Es eso lo que ha tenido en cuenta el Señor cuando formula y explica maravillosamente la parábola del sembrador como enseñanza a sus oyentes de entonces y a nosotros que la estudiamos hoy. La Palabra de salvación, el anuncio de la buena noticia de salvación ha sido dada a conocer, y nos dice el Señor que es semilla de vida.

Puede ser que causas externas hayan influido a determinar el estado en que estamos en la actualidad, pero somos nosotros mismos quienes decidimos el tipo de suelo y la capacidad de producción a que queremos llegar, pues en el interior de cada uno de nosotros hay terrenos contentivos de difíciles limitaciones: alejados y ubicados en el camino donde el andar humano estropea el crecimiento, pedregosos con poca profundidad de la tierra fértil, y hasta plagados de hierba mala que estropean el crecimiento de la simiente.

Pero el deseo de cambio nos puede llevar a un trabajo de reingeniería de nuestro campo de siembra que puede transformarlo de erial o terreno de baja producción a una finca modelo cuyo rango de productividad puede ir desde medio hasta excelente. Ese proceso se llama conversión y su eficacia depende de cada uno de nosotros y de nadie mas.

A veces el desinterés, otras veces la indiferencia, alguna otra la distracción, no pocas veces la huella del pasado; todas esas causas, y otras más, producto de la insuficiente conversión o interés de llegar a ella, son causas para que no se reciba la Palabra de Dios adecuadamente. Escojamos, limpiemos y preparemos el lugar apropiado para la siembra en nuestro interior.

Acojamos, pues la Palabra de Dios, verdadera simiente de vida, con corazón de fe y espíritu de conversión real para que pueda producir en nuestra vida, no el treinta, ni el sesenta, sino el ciento por uno. Que así sea.