No llores, Jerusalén, porque está para llegar tu salvación

(Comentario de san Bernardo de Claraval)

A la ciudad santa, Jerusalén, todavía peregrina en la más profunda pobreza, el profeta consuela diciendo: No llores, porque está para llegar tu salvación. De hecho, junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar. Babilonia significa confusión. En Babilonia se sientan a llorar los ciudadanos de Jerusalén, que si bien no están en la confusión de las obras, sí lo están en la confusión de los pensamientos, queriendo, pero no pudiendo, dirigir la atención de la mente a Dios; y, aunque a la fuerza, se distraen en futilidades.

Así pues, los canales de Babilonia son las perversas costumbres, que se presentan dulces a nuestra memoria; se filtran, sin embargo, y, a quienes seducen, los conducen al mar del siglo. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!, porque si las malas costumbres se insinúan, nosotros no nos detenemos en ellas, sino que nos sentamos junto a los canales de Babilonia, pues nuestra alma, frente a las dulzuras y seducciones de la vida del siglo, guarda silencio; frente a las reiteradas incitaciones permanece sorda, y frente a los halagos se muestra inaccesible. Obstaculizados por tales vanidades, no es extraño que nos sentemos a llorar con nostalgia de Sión, esto es, trayendo a la memoria aquella suavidad y el sabroso deleite que pregustan ya aquellos contemplativos que merecen contemplar a cara descubierta la gloria de Dios.

Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo si tú vas conmigo; mejor, nada temo, porque ciertamente tú vas conmigo. ¿Que en qué apoyo esta mi esperanza? Pues en que la vara de tu corrección y el cayado de tu sustentación me sosiegan. Pues aunque me corrijas y reprimas mi soberbia reduciéndome al polvo de la muerte, das, sin embargo, nuevo brío a mi vida, y me sostienes para que no caiga en la fosa de la muerte.

No descuidaré la corrección del Señor, ni me indignaré cuando él me reprenda. Pues sé que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien. ¿Impaciente? No, sino llevándolo con paciencia. ¿Por qué? Por voluntad de uno que la sometió en la esperanza. De hecho, la creación misma se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Por tanto, ciudad de Jerusalén, no llores, porque está para llegar tu salvación. Si tarda, a tu manera de ver, sin embargo vendrá sin retrasarse según sus cálculos, pues mil años en su presencia son como un ayer que pasó.