(Texto de san Ireneo de Lyon)
Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito, mostrando con antelación el perdón de los pecados que se realizará con su venida, perdón gracias al cual borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas, clavándolo en la cruz, de modo que, así como por un árbol nos habíamos constituido en deudores de Dios, por un árbol recibiéramos también la cancelación de nuestra deuda.
Esto fue patentizado significativamente, entre otros muchos, por el profeta Eliseo. Estando la comunidad de profetas que vivían bajo su dirección cortando maderos para la construcción de una habitación y habiéndose des-prendido el hierro del hacha y caído en el Jordán sin posibilidad de recuperarlo, vino Eliseo al sitio del siniestro, y habiéndose enterado de lo ocurrido, tiró un palo al agua, hecho lo cual, el hierro del hacha sobrenadó, y alargando el brazo cogieron de la superficie del agua el hierro que habían perdido. Con este gesto demostraba el profeta que la sólida palabra de Dios, perdida negligentemente a causa de un árbol y que no conseguíamos recuperar, la recuperaríamos nuevamente mediante la economía del árbol.
Y como la palabra de Dios es semejante a un hacha, dice de ella Juan Bautista: Ya toca el hacha la base de los árboles. Y Jeremías dice textualmente: La palabra del Señor es martillo que tritura la piedra. Así pues, la economía del madero nos ha manifestado —lo hemos dicho ya— al Verbo que estaba escondido a nuestros ojos. Y como lo habíamos perdido por el madero, por el madero fue nuevamente revelado a todos, mostrando en sí lo ancho, lo largo y lo alto, y —como dijo alguno de los ancianos—, extendiendo las manos, reconcilió con Dios a los dos pueblos: dos eran las manos y dos los pueblos dispersos por toda la redondez de la tierra, pero en el centro sólo había una única cabeza, pues hay un Dios que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.