De la plenitud del Verbo todos hemos recibido

(Comentario de san Ambrosio, obispo)

Mira cómo amo tus decretos; Señor, por tu misericordia dame vida. También aquí invita el salmista al Señor a que examine atentamente el pleno afecto de su caridad. Nadie dice: Mira, sino el que juzga que ha de agradar, de ser contemplado. Y bellamente dice: Mira, y lo dice en conformidad con la ley, pues la ley manda que cada israelita se presente tres veces al año ante el Señor. El santo diariamente se ofrece a sí mismo, diariamente aparece ante el Señor, y no se presenta con las manos vacías, pues no está vacío quien ha recibido de su plenitud.

No estaba vacío David cuando decía: La boca se nos llenaba de risas, pues el gozo es uno de los frutos del Espíritu Santo. Y como –según dice san Juan– de la plenitud del Verbo todos hemos recibido , así también el Espíritu Santo llenó de su plenitud toda la tierra. No estaba vacío Zacarías que, lleno del Espíritu Santo, profetizaba la llegada del Señor Jesús. No estaba vacío Pablo, que evangelizaba «en la abundancia»; y estaba rebosante al recibir de los efesios el sacrificio fragante, una hostia agradable a Dios. No estaban vacíos los corintios, en los que abundaba la gracia de Dios, según el testimonio del propio Apóstol.

Por eso David se ofrecía diariamente a Dios, y no se ofrecía vacío, él que podía decir: Abro la boca y respiro . Y por eso decía: Mira cómo amo tus decretos . Escucha en qué debes ofrecerte a Cristo. No en las cosas visibles, sino en las ocultas y en lo escondido, para que tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pague y remunere tu fiel afecto. Amo —dice— tus decretos. No dice: observo; ni tampoco: guardo, pues los imprudentes no observaron los preceptos del Señor.

En cambio, el que es perfecto en la inteligencia, perfecto en la sabiduría, éste ama, que es mucho más que guardar; pues guardar es muchas veces fruto de la necesidad o del temor; mientras que amar es fruto de la caridad. Guarda quien evangeliza; pero el que voluntariamente evangeliza, recibe su merecido. ¡Cuánto mayor no será la recompensa del que ama! Podemos en efecto no amar lo que queremos, pero imposible no querer lo que amamos. Pero aun cuando espere el premio de la caridad perfecta, pide además el socorro de la misericordia divina, para ser vivificado en ella por el Señor. No es, pues, el arrogante exactor de la recompensa debida, sino el modesto suplicante de la divina misericordia.