Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas

(Texto de san Juan Crisóstomo, obispo)

De la figura tomó el Apóstol la idea de sacrificio, y la comparó con el modelo primitivo, diciendo: Los cadáveres de los animales, cuya sangre lleva el sumo sacerdote al santuario para el rito de la expiación, que se queman fuera del campamento; y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Los sacrificios antiguos eran figura del nuevo; por eso Cristo cumplió plenamente las profecías muriendo fuera de las murallas. Da a entender asimismo, que Cristo padeció voluntariamente, demostrando que aquellos sacrificios no se instituyeron porque sí, sino que tenían el valor de figura y su economía no estaba al margen de la pasión, pues la sangre clama al cielo.

Ya ves que somos partícipes de la sangre que era introducida en el santuario, en el santuario verdadero; partícipes del sacrificio del que sólo participaba el sacerdote. Participamos pues, de la realidad. Por tanto, somos partícipes, no del oprobio, sino de la santidad: el oprobio era causa de la santidad; sin embargo, lo mismo que él soportó ser infamado, hemos de hacer nosotros; si salimos con él fuera de las murallas, tendremos parte con él.

Y ¿qué significa: Salgamos a encontrarlo? Significa compartir sus sufrimientos, soportar con él los ultrajes, pues no sin motivo murió fuera de las murallas, sino para que también nosotros carguemos con su cruz, siendo extraños al mundo y esforzándonos por permanecer así. Y lo mismo que él fue escarnecido como un condenado, así lo seamos también nosotros.

Por su medio, ofrezcamos a Dios un sacrificio. ¿Qué sacrificio? Nos lo aclara él mismo: el fruto de unos labios que profesan su nombre, esto es, preces, himnos, acciones de gracias; este es el fruto de los labios. En el antiguo Testamento se ofrecían ovejas, bueyes y terneros, y los daban al sacerdote. No ofrezcamos nada de esto nosotros, sino acción de gracias y, en la medida de lo posible, la imitación de Cristo en todo. Brote esto de nuestros labios. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios. Démosle este sacrificio, para que lo ofrezca al Padre. Por lo demás, no se ofrecen sino por el Hijo, o mejor, por un corazón quebrantado.

Siendo la acción de gracias por todo cuanto por nosotros padeció el fruto de unos labios que profesan su nombre , soportémoslo todo de buen grado, sea la pobreza, la enfermedad o cualquiera otra cosa, pues sólo él sabe el bien que nos reporta. Porque nosotros –dice– no sabemos pedir lo que nos conviene . Por consiguiente, si no sabemos pedir lo que nos conviene de no sugerírnoslo el Espíritu Santo, ¿cómo podremos saber el bien que nos reporta? Procuremos, pues, ofrecer acciones de gracias por todos los beneficios, y soportémoslo todo con ánimo esforzado.