Un anticipo de la gloria


Al leer un libro con alguna narración o ver alguna película cuya contenido nos parece interesante, siempre estamos extremadamente tentados a querer conocer el desenlace final pasando a ver el desarrollo de toda la trama y calmar nuestra curiosidad. Esta inclinación es más intensa cuando el ir venir de los sucesos de lo que podríamos llamar guión del relato es un altibajo contínuo que a veces da la sensación de que el final podría no ser tan positivo como desearíamos.

En cierto modo pareciera que la intención de Jesús en este episodio misterioso que llamamos el pasaje de la Transfiguración anda por esos rumbos.

Pero no exactamente es así; pues el propósito de Jesús no es calmar curiosidad, es más bien fortalecer la fe para amortiguar los desencantos que Él sabe que habrían de acontecer en los ánimos de aquellos que le habían seguido.

Por eso toma a su círculo más íntimo, diríamos a sus amigos más cercanos, para mostrarle no el capítulo final del relato sino su naturaleza gloriosa, el esplendor de la gloria eterna divina presente en Él, y a la que está encaminado a alcanzar nuevamente luego de su pasión, es decir, después de las contrariedades que su misión en la tierra implicaba.

En efecto, el camino de la cruz habría de producir una estampida de sus seguidores, incluyendo al principio a los mismos apóstoles.

Y es que Jesús comprende que está precisamente en el umbral de su pasión donde se encontrará con la realidad de la cruz que escandalizará a muchos como lo sigue haciendo, por la incomprensión, en el día de hoy. Ante esa realidad, sabe que mostrar algunas líneas del capítulo de la conclusión gloriosa de su misión, servirá de fortalecimiento en la fe de sus amigos que están participando como actores secundarios donde Él es el actor principal.

La transfiguración es, sin embargo, un avance bien minúsculo respecto a su grandeza, de la gloria que con ese camino habría de recibir el Señor; en su esplendor lo logran percibir Pedro, Santiago y Juan; en la visión, junto a Jesús, aparecen Moisés y Elías representando la Ley y los Profetas, es decir toda la palabra de Dios que ha precedido a la Palabra, al Verbo de Dios que se ha encarnado entre los hombres para ayudarles a vencer la sordera humana que les ha impedido comprender adecuadamente y poner en práctica el mensaje divino recibido.

Todo el ambiente que acompaña y transmite la Transfiguración del Señor impresiona y agrada tanto a este trío de espectadores que ha subido al monte con Jesús que quisieran no abandonar nunca ni el lugar ni el momento, permaneciendo en una contemplación estática

Es en ese éxtasis que Pedro, tratando de perpetuar el instante, le dice a Jesús: "Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pero es momento de contemplar únicamente, actuar será después; por lo que recibe la respuesta del Padre: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo", como una afirmación de la gloria que han presenciado,

Es que además de la contemplación de la gloria, la santa escucha es también tema central de este pasaje; escuchar y estar dispuesto a obedecer, como hizo Abraham ante el llamado recibido de Dios a abandonar su tierra y emprender la marcha hacia una promesa futura; a escuchar a la Palabra encarnada se le pide a los tres discípulos que han subido a la montaña junto a Jesús (al monte Tabor dice la tradición) y han contemplado el acontecimiento de la transfiguración del Señor.

El Padre del cielo ha hablado confirmando la naturaleza divina del Hijo, que en el Evangelio de las tentaciones del desierto el demonio ha pretendido sembrar la duda en el propio Jesús al decirle: "Si eres Hijo de Dios...". Ordena escuchar al Hijo amado, a su predilecto, el Logos preexistente a toda la creación y por quien todo fue hecho. Escuchar al Hijo es escuchar también al Padre.

Hoy, a todos nosotros, Cristo se sigue transfigurando también en la Palabra que se nos proclama, y se nos invita a la misma escucha a que fueron llamados los testigos de ese acontecimiento luminoso; se nos pide convertir su mensaje en nuestro; contemplar y escuchar a Jesús, sí; pero también, como a aquellos, a bajar de la montaña, abandonando la inmovilidad y llevar la Palabra de Dios a otros.

Como a Abraham se nos está diciendo: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré"; se nos ha invitado tanto al camino de la conversión personal propia como a participar en la conversión de nuestros semejantes, pues se nos muestra a tantas personas que están necesitados del mensaje de la salvación. Se nos está invitando a que actuemos como Pablo requirió de Timoteo; como si nos estuviera exhortando en este momento a nosotros mismos: "Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé".

Que, con la ayuda de Dios, que nos ha dado a Cristo como Salvador y a su Santo Espíritu, escuchemos hoy la santa Palabra que se nos proclama, y que podamos contemplar el resplandor de Cristo transfigurado en ella, y que reconociendo su verdad y grandeza estemos dispuestos a responder de una manera positiva y entusiasta a lo que su mensaje nos está pidiendo en este día a cada uno de nosotros. Amén.