«Señor, tú lo sabes todo»

(De "¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?" por Hans Urs Balthasar)

Todos los evangelistas nos ofrecen testimonios más que suficientes en los que se pone de manifiesto que Jesús penetra los corazones de los hombres. Bastará recordar algunas de las escenas conocidas.

En cierta ocasión, unos hombres traían en una camilla a un paralítico y trataban de introducirlo para ponerlo delante de Jesús. Como la multitud les impedía el acceso, subieron al terrado, lo descolgaron con la camilla a través del terrado y le pusieron delante de Jesús. Ante la reacción de Éste de perdonarle los pecados, los escribas y los fariseos comenzaron a pensar: «¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué es lo que estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: “perdonados te son tus pecados”, o decir: “Levántate, y anda”?» (Lc 5,17 ss.).

Cura Jesús a un sordomudo y los fariseos dicen para sí que arroja los demonios por medio del príncipe de los demonios. «Él, penetrando sus pensamientos , les dijo: “Todo reino dividido en bandos queda devastado...”» (Mt 12,22 ss.).

Un sábado, Jesús está enseñando en una sinagoga en la que se encuentra un hombre que tiene una mano seca. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si le curaría en sábado. «Pero Él, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: “Levántate y ponte aquí delante”». A continuación, la pregunta de si se podía hacer el bien en sábado, la mirada en derredor a los circunstantes, y la curación del enfermo (Lc 6,6 ss.).

Los discípulos discuten entre ellos quién es el mayor de todos. «Pero Jesús penetrando los pensamientos de su corazón, tomó a un niño, lo puso junto a sí y les dijo: “El que es más pequeño entre todos vosotros, ése es grande”» (Lc 9,46 s.).

La larga cadena de profecías y alusiones a su sufrimiento futuro contiene también el conocimiento de su traidor. «Os aseguro que uno de vosotros me entregará, uno que está comiendo conmigo» (Mc 14,18-20). Habla también del desdichado final del traidor (Mc 14,21).

Juan expresa de manera más intensa, absolutizándola, la experiencia de los discípulos del conocimiento que Jesús posee del corazón humano. Cuando Jesús dice a Felipe dónde podrán comprar pan para dar de comer a la muchedumbre, se añade a continuación: «se lo decía para ponerlo a prueba; porque bien sabía Él lo que iba a hacer» (Jn 6,6). Las preguntas de Jesús lo son únicamente en apariencia. En el Templo, «Jesús no se confiaba a ellos, porque Él conocía a todos y no tenía necesidad de que le atestiguaran nada de nadie: porque Él sabía lo que hay en el interior de cada uno » (2,24).

En la conversación con la samaritana, Jesús le dice que vaya a llamar a su marido. Ella le responde diciendo que no tiene marido. «Con razón has dicho que no tienes marido. Porque cinco maridos tuviste, y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad» (4,16 ss.). El descubrimiento es decisivo para la continuación de la conversación: como consecuencia de esto, Jesús será reconocido como profeta, se habla del Mesías, de la adoración en espíritu y en verdad; la mujer actúa de misionera: «Me ha dicho todo lo que he hecho» (4,39).

Las discusiones de Jesús con los judíos presuponen siempre que Él penetra en sus sentimientos más íntimos: «Cómo vais a poder creer vosotros, que andáis aceptando gloria unos de otros, pero no buscáis la que viene del Dios único?» (5,44). Ve que ellos proceden del diablo (8,44). Pero ellos quedan admirados: «Cómo Éste sabe de letras, sin haber estudiado?» (7,15).

Juan subraya de manera especial el conocimiento del traidor: «sabía quién lo iba a entregar, y por eso dijo: “No todos estáis limpios” (13,11). «Yo sé bien a quiénes escogí. Pero cúmplase la Escritura: “El que come el pan conmigo, ha levantado su pie contra mí”» (13,18 s.). Y más aún: «“Pero hay entre vosotros algunos que no creen”. Efectivamente, Jesús sabía ya desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar» (6,64).

Todos los evangelistas narran unánimes los anuncios de la negación de Pedro. Pero en los «Discursos de despedida» Juan eleva a omnisciencia el conocimiento que Jesús tiene de los corazones: «Ahora vemos que todo lo sabes y no necesitas que nadie te pregunte; por eso creemos que has venido de Dios» (Jn 16,30). Comenta Bultman: «Desde un principio se contiene en la revelación la respuesta a cualquier pregunta que pueda preocupar al creyente». Así puede resonar (en 16,23) la panorámica del final de los tiempos: «En aquel día no me preguntaréis ya nada».

El triple interrogatorio de Pedro, que se sabe conocido tanto en su negación como en su amor, puede servir de confirmación de este saberlo todo: «Señor, tú lo sabes todo; tú conoces bien que te quiero» (21,17). Este enseñoreamiento al final del Evangelio es como un eco de aquel otro enseñoreamiento del capítulo primero, cuando Natanael se dispone a ver a Jesús para formarse un juicio sobre Él, pero tiene que reconocerse como el que ha sido visto y penetrado en profundidad: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, ya te vi». Y este enseñoreamiento («¡Tú eres el hijo de Dios!») es sólo el comienzo de cosas mucho mayores: «Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre». (Jn 1,48 ss.).

Todos los evangelistas dan testimonio de que Jesús conoce los corazones de los hombres, pero Juan formula expresamente lo que se contiene de manera implícita en los demás: que no se trata de un don natural de clarividencia o de cardiognosia, sino de un saber salvífico que reconoce a la luz de Dios la caída en la culpa y la necesidad de redención del hombre. En Jesucristo, esta luz divina es juicio sobre la oscuridad humana («Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre» [Jn 1,9]) para redimir al hombre, en este juicio, de las tinieblas. Cuando Pedro le dice a Jesús: «¡señor, tú lo sabes todo!...», este «todo» se aplica por igual a Dios: «Aun cuando nuestro corazón nos reprenda, Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas» (1 Jn 3,20).