(Del comentario de san Ambrosio de Milán, obispo, sobre el Salmo 118)
Tú promulgas tus decretos, para que se observen exactamente; ojalá esté firme mi camino, para cumplir tus designios, entonces no sentiré vergüenza al mirar tus mandatos. No promulgas –dice– tus mandatos, para que se observen, sino para que se observen exactamente. ¿Cuándo los promulgó? En el paraíso ya le mandó a Adán que observase sus mandatos, pero quizá no añadió que los observase exactamente: por eso pecó, por eso cedió a la propuesta de su mujer, por eso fue engañado por la serpiente, pensando que si derogaba sólo en parte el mandato, el error no sería tan notable. Pero una vez desviado de la senda de los mandatos, abandonó totalmente el camino. Por eso Dios le despojó de todos los dones, dejándolo desnudo.
Por lo cual el Señor, al caer el que estaba en el paraíso, te amonestó después por medio de la ley, los profetas, el evangelio y los apóstoles, que observases exactamente los mandatos del Señor tu Dios. De toda palabra falsa –dice– que hayas pronunciado darás cuenta. No te engañes: no dejará de cumplirse hasta la última letra o tilde de un mandato. No te apartes del camino. Si andando por el camino no siempre estás a resguardo de ladrones, ¿qué ocurrirá si andas vagando fuera de la senda? Que tus pies estén firmes en el camino recto y, para que puedas conservar seguro la orientación, pídele al Señor que él mismo te indique sus senderos.
Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos. Pídele tú también que asegure los pasos de tu alma, para que puedas cumplir las consignas del Señor. No sentirás vergüenza al mirar sus mandatos. Antes te avergonzaste en Adán y Eva: quedaste desnudo, te cubriste con hojas, porque estabas avergonzado. Te ocultaste a la presencia de Dios, porque estabas corrido de vergüenza, hasta el punto de que Dios hubo de preguntarte: Adán, ¿dónde estás?
Al preguntarle a él, te está preguntando a ti, pues Adán significa «hombre». De modo que cabría decir: Hombre, ¿dónde estás? Temeroso por estar desnudo y lleno de confusión, no me atreví a comparecer en tu presencia. Así pues, para no sentir vergüenza, observemos los mandatos del Señor y observémoslos enteramente. Pues de nada sirve guardar un mandato, si se conculca otro.