Tu bienhechor te quiere espléndido

(De los tratados de san León Magno, papa)

La doctrina legal, amadísimos, presta un inestimable servicio a la normativa evangélica, ya que algunos mandatos antiguos han pasado a la nueva observancia, y la misma práctica religiosa demuestra que el Señor Jesús no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud. Habiendo, en efecto, cesado los signos con los que se anunciaba la venida de nuestro Salvador, y cumplidas las figuras, que la presencia de la realidad hizo desaparecer, todas las prescripciones emanadas de la piedad, bien como norma de conducta, bien para asegurar la pureza del culto divino, continúan vigentes entre nosotros y en la misma forma en que se promulgaron, y todo lo que estaba de acuerdo con ambos Testamentos, no ha sufrido mutación alguna.

Pues bien, para suplicar a Dios sigue siendo eficacísima la petición avalada por obras de misericordia, porque quien no distrae su atención del pobre, inmediatamente se atrae la atención de Dios, como él mismo dice: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo; perdonad y seréis perdonados. ¿Hay algo más benigno que esta justicia? ¿Qué más clemente que esta retribución, en la que la sentencia del juez se deja a la discreción del juzgado? Dad —dice— y se os dará. ¡Con qué rapidez es amputada la preocupada desconfianza y la morosa avaricia, de suerte que la humanidad pueda segura erogar lo que la verdad promete recompensar!

¡Sé constante, cristiano generoso! Da y recibirás, siembra y cosecharás, esparce y recogerás. No temas el dispendio ni te inquiete la incertidumbre de los rendimientos. Tu hacienda, bien administrada, aumenta. Ambiciona la justa ganancia de la misericordia y corre tras el comercio de las ganancias eternas. Tu bienhechor te quiere espléndido, y el que te da para que tengas, te manda que des, diciendo: Dad y se os dará. Has de aceptar con alegría la condición de esta promesa.

Y aun cuando no tengas sino lo que has recibido, sin embargo, no puedes no tener lo que has de dar. El que ame el dinero y desee multiplicar desmesuradamente sus riquezas, ejerza más bien este santo lucro y se enriquezca mediante el arte de este tipo de usuras: no esté al acecho de las necesidades de los menesterosos, no sea que, a causa de beneficios simulados, caiga en los lazos de unos deudores insolventes, sino constitúyase en acreedor y usurero de aquel que dice: Dad y se os dará y La medida que uséis la usarán con vosotros.

Así, pues, amadísimos, vosotros que de todo corazón habéis dado fe a las promesas del Señor, huyendo la inmundísima lepra de la avaricia, usad sabia y piadosamente de los dones de Dios. Y puesto que os gozáis de su generosidad, procurad hacer a otros partícipes de vuestra felicidad.