La Iglesia sigue a Cristo doquiera que va

(Texto de san Cirilo de Alejandría)

Lo que hasta aquí hemos dicho se refiere al sentido histórico. Es hora ya de pasar al sentido espiritual. Tan pronto como se erigió y apareció sobre la tierra aquel verdadero santuario, que es la Iglesia, la gloria de Cristo la cubrió; pues no otra cosa significa —según creo— el hecho de que aquel primitivo santuario fuera cubierto por la nube.

Así pues, Cristo inundó a la Iglesia de su gloria; y para los que están inmersos en la tenebrosa noche de la ignorancia y del error, resplandece como el fuego, irradiando una espiritual ilustración; a aquellos, en cambio, que ya han sido iluminados y en cuyo corazón amaneció el día espiritual, les brinda sombra y protección, y los nutre con el rocío espiritual, esto es, con los consuelos de lo alto, donación del Espíritu Santo; por eso se dice que aparecía de noche como fuego, y de día en forma de nube. Pues los que todavía eran niños necesitaban de ilustración y de iluminación para llegar al conocimiento de Dios; en cambio, los más avanzados y los ya ilustrados por la fe requerían protección y ayuda, para poder soportar con valentía el bochorno de la presente vida y el peso de la jornada: pues todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido.

 Cuando se levantaba la nube sobre la tienda, los israelitas se ponían en marcha. Pues la Iglesia sigue a Cristo doquiera que va, y la santa multitud de los creyentes jamás se aparta de aquel que la llama a la salvación.

¿Y qué hemos de entender por este nuestro acampar y ponernos en marcha en pos de Cristo que nos precede y nos guía?

No existe diferencia alguna entre estas dos expresiones de la Escritura, ya que tanto el ponerse en marcha siguiendo a la nube como acampar al detenerse ella, es como una figura de nuestra voluntad, que desea estar con Dios.

Sin embargo, si quisiéramos afinar al máximo la comprensión del tema a la que convocamos lo más sutil de nuestra inteligencia, diríamos: que existe un primer punto de partida y es el que va de la infidelidad a la fe, de la ignorancia al conocimiento, del desconocimiento del que por naturaleza y en realidad de verdad es Dios a la clara visión del que es al mismo tiempo Señor y Creador del universo.

A continuación del ya mencionado, existe un segundo punto de partida, enormemente útil, cuando de una vida disoluta y desarreglada tratamos de llegar a un mejoramiento de sentimientos y acciones.

Existe un tercer punto de partida todavía más noble y excelente, cuando de un estado de imperfección pasamos a la perfección de comportamientos y creencias.

¿O es que no tendemos gradualmente a una mayor configuración con Cristo, cuando crecemos hacia el hombre perfecto, hacia la medida de Cristo en su plenitud? Esto es probablemente lo que san Pablo nos dice cuando escribe: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama.