(De los sermones de Julián de Vézelay, sobre la Navidad)
Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa descendió desde el trono real de los cielos. Este texto de la Escritura se refiere a aquel sacratísimo tiempo en que la Palabra todopoderosa de Dios vino a nosotros para anunciarnos la salvación, descendiendo del seno y del corazón del Padre a las entrañas de una madre. Pues Dios, que en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a nuestros padres por los profetas, en esta etapa final nos ha hablado por su Hijo, de quien dijo: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto, escuchadlo. Descendió, pues, a nosotros la Palabra de Dios desde el trono real de los cielos, humillándose para enaltecernos, haciéndose pobre para enriquecernos, encarnándose para deificamos.
Y para que el pueblo que iba a ser redimido abrigara una confiada esperanza en la venida y la eficacia de esta Palabra, es calificada de todopoderosa. Tu Palabra –dice– todopoderosa. Ya que si esta Palabra no fuera todopoderosa, el hombre condenado y sujeto a toda clase de miserias no sabría esperar con esperanza firme ser por ella liberado del pecado y de la pena del pecado. Así pues, para que el hombre perdido estuviera cierto de su salvación, se califica de todopoderosa a la Palabra que venía a salvarlo.
Y fíjate hasta qué punto es todopoderosa: no existía el cielo ni las maravillas que hay bajo el cielo; ella lo dijo y existió. Hecho de la nada por la omnipotencia de esta Palabra, que, sin solución de continuidad, creó simultáneamente la materia junto con la forma. Dijo la Palabra: Hágase el mundo, y el mundo existió. Dijo: Hágase el hombre, y el hombre existió.
Ahora bien: la recreación no fue tan fácil como la creación: creó imperando, recreó muriendo; creó mandando, recreó padeciendo. Vuestros pecados —dice— me han dado mucho quehacer. No me causó fatiga la administración y el gobierno de la máquina del universo, pues alcanzo con vigor de extremo a extremo y gobierno el universo con acierto. Sólo el hombre, violando continuamente la ley dada y establecida por mí, me ha dado quehacer con sus pecados. Ved por qué, bajando del trono real, no desdeñé el seno de la virgen ni hacerme uno con el hombre en su abyección. Recién nacido, se me envuelve en pañales y se me acuesta en un pesebre porque en la posada no se encontró sitio para el Creador del mundo.
Así pues, todo estaba en el más profundo silencio: callaban en efecto los profetas que lo habían anunciado, callaban los apóstoles que habían de anunciarlo. En medio de este silencio que hacía de intermediario entre ambas predicaciones, se percibía el clamor de los que ya lo habían predicado y el de aquellos que muy pronto habían de predicarlo. Pues mientras un silencio sereno lo envolvía todo, la Palabra todopoderosa, esto es, el Verbo del Padre, descendió desde el trono real de los cielos. Con expresión feliz se nos dice que en medio del silencio vino el mediador entre Dios y los hombres: hombre a los hombres, mortal a los mortales, para salvar con su muerte a los muertos.
Y ésta es mi oración: que venga también ahora la Palabra del Señor a quienes le esperamos en silencio; que escuchemos lo que el Señor Dios nos dice en nuestro interior. Callen las pasiones carnales y el estrépito inoportuno; callen también las fantasías de la loca imaginación, para poder escuchar atentamente lo que nos dice el Espíritu, para escuchar la voz que nos viene de lo alto. Pues nos habla continuamente con el Espíritu de vida y se hace voz sobre el firmamento que se cierne sobre el ápice de nuestro espíritu; pero nosotros, que tenemos la atención fija en otra parte, no escuchamos al Espíritu que nos habla.