(Texto de san Agustín de Hipona tomado de su manual de la fe, esperanza y caridad)
Cuando se investiga lo que se ha de creer, en lo que se refiere a la religión, no es, necesario escudriñar la naturaleza de las cosas, del modo que lo hacían aquellos a quienes los griegos llamaban físicos; ni es para inquietarse el que un cristiano ignore algo referente a la esencia y número de los elementos, al movimiento, orden y eclipse de los astros, a la configuración del cielo, a los géneros y especies de los animales, árboles, piedras, fuentes, ríos y montes; a las medidas de los lugares y tiempos; que ignore los próximos indicios manifestativos de las tempestades y otras mil cosas acerca de lo que aquellos descubrieron o creen haber descubierto; porque ni aun ellos mismos, no obstante estar dotados de tan grande ingenio, de ser tan amantes del estudio, de disfrutar de tanto reposo para dedicarse a tales elucubraciones, indagando unas cosas por humana conjetura, otras mediante la experiencia del pasado, a pesar de todo eso, digo que en estas mismas cosas, que se glorían haber descubierto, opinan más bien que conocen. Basta al cristiano creer que la causa de todas las cosas creadas, celestes o terrenas, visibles o invisibles, no es otra que la bondad del Creador, Dios único y verdadero; y que no existe substancia alguna que no sea Él mismo o creada por Él, y que es también trino: el Padre, el Hijo, engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo, que procede de los dos, pero único y el mismo Espíritu del Padre y del Hijo.