Sáname con tu ensalivado fuego

(Marcos 8,22: Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara)
Actúa en mí, Señor, porque no veo,
y no son los ojos a ser sanados;
porque, de tu obra, estando rodeado,
mi comportamiento no dice: ¡creo!

Parece que yo soy como aquel ciego
o, peor aún, como tus compueblanos,
que, viendo todo lo que hacían tus manos,
no eran capaces de entender tus hechos.

Hoy, como una enfermedad de este tiempo,
más que ciegos, parecemos cegados;
pues, aunque el ciego aquel veía el árbol,
no distinguimos nosotros los leños.

Dame vista para ver los maderos
con los cuales, me salvaste, cruzados;
y, de este mal con que me he contagiado,
sáname con tu ensalivado fuego.

Amén.