dulce Dios, dulcemente
y pusieras tu dedo
en mis labios, muy leve,
o corazón adentro
— ¡la vida desfallece!—,
tocaras ese aire
que la pena consiente
y allí dejaras, honda,
la paz, la suave nieve
de la serenidad...
Si besaras mi frente...
Si allí el dolorido
sentir trocaras... ¡Fuerte
soledad, Dios, almena
dame, torre valiente
contra rayos y vientos,
contra ausencias y muertes!
Si la dicha brillara,
oh buen Dios, sol ardiente,
en el fondo del alma,
al llegar dulcemente
tu voz dulce a la casa
en que siempre te pierdes...