(De "Oraciones de vida" por Karl Rahner)
Dios, eterno misterio de nuestro ser, Tú nos has liberado al convertir tu propia inmensidad en la anchura ilimitada de nuestra vida.
Nos has salvado al convertir todo en provisional, excepto tu propia inmensidad.
Nos has hecho inmediatamente para ti cuando en nosotros y a nuestro derredor destruyes todos los ídolos a los que queremos adorar y en los que quedamos petrificados.
Tú sólo eres nuestro fin sin fin, por eso tenemos ante nosotros el infinito movimiento de la esperanza.
Si realmente creyéramos del todo en ti como te nos has dado, seríamos realmente libres.
Nos has prometido esta victoria porque Jesús en la muerte la ha conquistado para sí y para sus hermanos, pues te encontró de nuevo como Padre en la muerte del abandono.
En Jesús de Nazaret, el crucificado y resucitado, tenemos la certidumbre de que nada nos separará del amor: ni ideas ni poderes y potestades, ni el peso de la tradición ni la utopía de nuestros futuros, ni los dioses de la razón ni los de nuestros propios abismos, ni dentro de nosotros ni fuera.
En ese amor el Dios inefable, en su libertad omnicomprensiva, se nos ha dado en Jesucristo nuestro Señor. Amén.