Sé que vienes, mi sangre, sé que vienes
a través de los siglos a mis venas,
atravesando corazones, penas...,
por un túnel de sueños y de sienes.
Allá en el paraíso conociste
el gran rostro de Dios, su poderío.
Saliste de sus manos como un río
y hacia mí, serenísima, viniste.
Y traes a mí la fe, que a Dios miraste
cara a cara en un mundo que nacía
y luego, lentamente, caminaste
para adentrarle entre mi carne un día.
Y seguirás fluyendo largamente
hasta el final del tiempo y de la vida.
Y pararás entonces tu corriente,
otra vez junto a Dios estremecida.