La catedral erguida,
la sombra de los álamos,
y mi pensar.
Era la tarde un resplandor rosado.
Mi corazón oía
tu palpitar lejano.
Azul y vívido,
un lucero brillaba solitario.
Hablaba tu silencio.
Quería yo escucharlo,
y contemplaba
por la atmósfera el vuelo de los pájaros.
Si eres luz de ti mismo
y en tu fulgor soy rayo,
¡vibre, Señor,
mi pensamiento en todo lo creado!