Tus pasos de silencio nadie oye
ni el aire de tu aliento por el mundo,
aunque las puertas abres con un signo
en la noche lustral de ciertos sueños.
No escuchan cómo avanzas por el humo,
desvanecido gris de lenta escoria
que en brazos de los cielos se disuelve.
No saben que Tú fluyes como el Tiempo.
Azulada tu sombra, a veces, surte
de los árboles bellos, de las flores,
exhalando un aroma delicado,
un perfume ya joven o vetusto.
A las cosas humildes tu presencia
incorpora beldad y mansedumbre,
sin pronunciar un nombre altivamente,
sin preguntar por qué se decoloran.
Si Tú no fueras aire, las campanas
no sabrían sonar. ¿Cómo podrían?
Si Tú no fueras luz, ¿cómo los vidrios
sabrían imitar la transparencia?
No estás sólo en los templos, Corzo Vivo.
También en las fontanas y en los bosques,
en las disueltas sangres de los lagos,
en los puros espacios de las almas.
Inmenso resplandor y pura música
te llegas a los hombres en silencio.
A las entrañas llegas de la madre
y al vagido del niño más desnudo.
Nadie sabe que pasas con el viento
y que a veces nos cierras las ventanas
o las abres al soplo de la brisa,
fiel trasunto de ti o sólo huella.
Por cópulas y besos vas poniendo
ígnea marca de amor, de luz de muerte.
Y tu viajar interno por las rocas,
las antiguas raíces y los pájaros,
nadie, Señor, presiente, nadie sabe.