hora que del invierno a los rigores,
marchitos aún los árboles mayores,
tornóse el campo un árido desierto.
Cuando de galas y esplendor cubierto
el abril pase derramando flores,
del sol a los vivíficos ardores
mis árboles darán su fruto cierto.
Si otra poda interior hacer pudiera
allá en el dulce corazón y el alma mía;
¡Con qué dulce placer, con cuánto anhelo
en el místico huerto recogiera
flores de amor filial para María,
frutos de vida eterna para el cielo!