Qué sosiego de pensar
que Dios vigila en las cosas;
que si ponemos los ojos
en el agua clara y honda,
nos devuelve la mirada
con su mirada remota;
que si ponemos la mano
sobre la arena, la forma
de su mano la caricia
de nuestra mano pregona;
que si perdemos los pasos
por el bosque, entre la sombra,
y la frente se acostumbra
dulcemente en lo que ignora,
nos trae la lengua del viento,
cantando desde las hojas,
palabras que Dios tenía
para decirnos a solas.