(De "Oraciones Para rezar por la calle" por Michel Quoist)
Como el esposo tardara se adormilaron y durmieron (Mt 25,5).
Estad atentos, no sea que se emboten vuestros corazones... Velad, pues, en todo tiempo y orad para que podáis evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del Hombre (Lc 21,34.36).
No puedes más, Señor,
de nuevo estás en tierra.
Esta vez ya no es sólo el peso de la cruz quien provoca la caída, sino la fatiga acumulada, el cansancio.
El sufrimiento repetido adormece la voluntad.
Mis pecados, Señor, son unos terribles adormecedores de la conciencia.
Yo me habitúo rápidamente al mal:
una falta de generosidad aquí,
una infidelidad allá,
una simple imprudencia más lejos.
Y mi mirada se ensombrece, ya no veo los obstáculos,
no vuelvo a ver a los demás en mi camino.
Y mis oídos se cierran. Y ya no oigo la queja de los hombres.
Y me encuentro por tierra, en la llanura, lejos del Calvario que Tú me has trazado.
Señor, yo te lo pido, guárdame joven en mis esfuerzos.
Ahórrame la rutina que adormece y me mata.