Oración primera

(Del poeta y crítico de arte español José Hierro (1922-2002))
No sé por qué fatal llamada
por qué secreto y ciego impulso
me siento al borde del camino,
me acerco al agua y le pregunto.
Hoy la mañana se desciñe
y me siento más sueño suyo,
más empapado de su sangre
toda de savias y de zumos,
vegetalmente modelado
en las entrañas de sus surcos.

Hoy la mañana es sólo mía
y quiero ser su hijo desnudo;
tocarla, a ver si se deshace
igual que un álamo de humo,
arrancarme mis propios ojos
para mirarla con los suyos.

Tenía ganas de cantar
y estoy parado, y solo, y mudo,
esperando a que me pregunte
qué ha sido de ellos, vagabundos
por otras tierras, solitarios
por otro tiempo triste y turbio.

No es posible cantar a solas.
Ya todo se ha tornado oscuro
y hemos de orar por ellos, tierra,
de rodillas ante tu muro.
Hemos de orar por todos ellos,
desencantados y difuntos,
locos y tristes y cobardes,
ciegos, perdido ya su rumbo.

Todas las cosas me comprenden
aunque sus labios estén mudos:
el agua, el árbol, el silencio,
la nube, el vino, el campo húmedo.
Son afluentes que van a Dios
y Dios escucha en cada uno.
Y que Él recoja la palabra
y le dé su destino justo.