(De la Audiencia General del Papa Pablo VI del 1 de septiembre de 1965)
La oración y las relaciones entre Dios y el hombre Descubriéndoos nuestros sentimientos sobre esta grande y especial necesidad de la oración común, creemos disponer vuestro pensamiento a una exploración bien conocida, pero en este caso muy instructiva y característica de la religión católica.
Inmensa exploración para quien la quisiera realizar, como que nos introduce en la visión general de las relaciones entre Dios y el hombre; son relaciones que, mediante Cristo, admiten nuestro diálogo con Dios, como palabras de hijos a su Padre.
Son relaciones que admiten, no solamente la Providencia vigilante sobre nuestra vida, sino que demuestran que el orden sobrenatural de tal forma penetra en nuestra vida, mediante la gracia, las virtudes y los dones del Espíritu Santo, que se han de atribuir a Dios y a nosotros, realizados en colaboración, nuestras acciones.
"Somos cooperadores de Dios", dice San Pablo (1 Cor 3,9); son relaciones, por tanto, que exigen la combinación de los dos principios, estrictamente desiguales, Dios y el hombre, concurriendo a un solo resultado, nuestro bien, nuestra salvación.
Pero este concurso de Dios en círculo humilde de nuestra actividad personal, este encuentro de su voluntad con la nuestra, esta admirable y misteriosa fusión de su amor con nuestro pobre amor, exige, por nuestra parte, junto a la modesta pero total contribución de nuestra limitada eficacia, la mejor disposición para aceptar la eficiencia divina; exige un estado de deseo y súplica, que se llama oración.
La oración abre la puerta de nuestros corazones a la acción de Dios en nosotros; y si nosotros, creyentes y católicos, estamos convencidos de esta ordenación sobrenatural de las cosas de nuestra vida, instaurada por Cristo, nos persuadiremos de que la oración es una actividad fundamental, una actitud necesaria y normal para el recto y santo desarrollo de nuestra existencia presente y para la consecución de la futura.