(De "Oraciones para rezar por la calle" por Michel Quoist)
«Y una espada atravesará tu alma» (Lc 2,35).
¡Qué pena me da, Señor, tu pobre madre!
Ella sigue,
te sigue,
sigue a la humanidad en su camino de la Cruz.
Ella va entre la masa anónima, pero no quita un instante los ojos de Ti.
Ni uno de tus gestos, ni uno de tus suspiros, ni uno de tus golpes, ni una de tus heridas le resulta extraño.
Ella conoce tus sufrimientos,
sufre tus sufrimientos,
sin acercársete
sin hablarte
sin tocarte,
contigo, Señor, Ella salva al mundo.
A menudo, mezclado entre los hombres, yo los acompaño
en su Camino de la Cruz
y yo soy aplastado por el mal
y me siento incapaz de salvar al mundo: es demasiado pesado, demasiado podrido,
y además... además en cada nuevo recodo del camino descubro nuevas injusticias y nuevas impurezas.
Señor, ponme delante de los ojos a tu madre María:
la inútil, la ineficaz a los ojos de los hombres,
la corredentora a los ojos de Dios.
Ayúdame a caminar entre los hombres ávido de saber su mal y su pecado.
Haz que yo no aparte jamás los ojos,
que jamás cierre mi corazón
para que acogiendo en mí el dolor del mundo yo sufra y rescate como María, tu Madre.