¡Qué delicioso es pensar en lo que hizo Jesús para fundar la Iglesia!
En vez de llamar de las academias, de las sinagogas, de las cátedras a los doctos, a los sabios,
puso sus ojos amorosos en doce pobres pescadores, rudos e ignorantes.
Les admitió a su escuela, les hizo las más íntimas confidencias.
Les hizo objeto de sus ternuras más amorosas,
les confió la gran misión de renovar la Humanidad.
Para dilatar su reino, para participar de alguna manera en la obra de los Apóstoles,
Jesús en el correr de los tiempos, se ha dignado llamarme también a mí.
Me ha sacado del campo desde pequeñito,
con afecto de madre amorosa me ha provisto de todo lo necesario.
No tenía pan y me lo buscó, no tenía para vestirme y me vistió,
no tenía libros para estudiar y también pensó en ellos.
A veces me olvidaba de Él y siempre me llamó con dulzura;
me enfriaba en su afecto y Él me calentó en su seno,
con la llama en que arde perennemente su corazón.