Del sagrado nacimiento
siendo el cuarenteno día,
por el templo del Señor
que en Jerusalén había.
Entra la preciosa Virgen,
serenísima María;
limpia más que las estrellas,
cual el sol resplandecía.
En sus brazos virginales
su dulce hijo traía;
Hijo es del Padre Eterno,
Dios y hombre allí venía.
En forma viene de siervo,
aunque los cielos regía,
para remediar al hombre
del daño que padecía;
y aunque a grande costa suya,
abrirle celestial vía.
Para cumplir con la ley
su Madre a Dios le ofrecía,
y por Él da en sacrificio
dos aves que allí traía.
Al templo fue Simeón,
un justo que a Dios temía,
en el cual moraba Dios,
de quien respuesta tenía
que al Verbo Eterno encarnado
con sus ojos le vería.
El cual postrado por tierra,
recibió al Sacro Mesía
de los brazos de la Virgen
que en sus manos lo ofrecía.
Tomado pues en sus brazos,
todo lleno de alegría,
cantó aquel divino canto
que la Iglesia refería,
y así se cumplió lo escrito
en forma de profecía:
«El viejo llevaba al mozo,
Y el mozo al viejo regía».