¡Niño llora en la cuna: el Dios del cielo
Que es víctima de amor!
Ved al eterno sol temblar de frío
Para ablandar el corazón de hielo
Del hombre pecador.
Ven, suspirado, ven, que cuando lloras
Y en tu vagido exhalas triste ruego,
Me pongo a contemplar
Que tú pintaste el cielo y las auroras,
Tú diste al serafín alas de fuego,
Tú lindes a la mar;
Tú al águila altanera que retrata
Su sombra en el peñasco más erguido,
Las fuerzas y el ardor;
Tú al colibrí las plumas de oro y plata
Mientras ebrio de aroma se ha dormido
Colgado de una flor.
¡Yaces en desnudez y amarga pena,
Tú, que a los mismos ángeles encantas,
Delicia de Israel!
¡Tú, que has vestido el campo de azucena;
Tú, que has puesto una alfombra a nuestras plantas
De rosa y de clavel!
¡Estrella de Jacob!... Tu luz bendita,
Que saluda la iglesia enamorada
Con arpas de Sión,
De la prole de Adán, prole proscrita,
Borró en la inicua frente señalada
Divina maldición.
Aquel ángel que al hombre inobediente
Y a la mujer bañada en largo lloro
Sacó del sacro Edén,
Envainada la espada refulgente
Segunda vez abrió las puertas de oro
Que guardan todo bien.
Las aves desplegaron voces puras
Cantando un himno de alabanza al cielo
Con grata suavidad:
Demos a Dios la gloria en las alturas,
Y la paz a los hombres en el suelo
De buena voluntad.
Los árboles vistieron frescas flores,
Y enfrenado con hórridas cadenas,
Rasgado el pecho infiel,
Bajó del orco impuro a los horrores
Para sufrir el colmo de las penas
El pérfido Luzbel.
Desde el principio existe tu hermosura
Siempre inmutable, eterna y escogida;
Hoy has venido a nos
Nacido de una Virgen bella y pura,
Verdad, amor y vida de la vida,
Luz de luz, Dios de Dios.