-Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
-¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
-Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús replicó:
-No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
Contestaron:
-Lo somos.
Jesús les dijo:
-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar. pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
-Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.
REFLEXIÓN (de "Enséñame tus caminos - Domingos ciclo B" por José Aldazábal):
¿Servidores o en los primeros puestos?
Jesús aprovecha la ocasión para dar una lección sobre la actitud que sus seguidores deben tener en la vida, siguiendo el ejemplo que les da él mismo.
Critica el modelo de las autoridades políticas, que entienden su autoridad como dominio y tiranía. Jesús dice a los doce -antes de dar esta lección reúne a todos- que sus seguidores deben buscar los últimos puestos, no los primeros. Servir, y no pretender que les sirvan. A los dos apóstoles ambiciosos les asegura que sí tendrán que compartir su cruz (uno de ellos, Santiago, bien pronto), pero que no vayan buscando puestos de honor.
A todos nos gusta más ser servidos que servir. Ocupar los primeros lugares que los últimos. ¿A quién le gusta ser esclavo de todos? Más bien buscamos poder esclavizar a otros, si podemos. En eso nos parecemos a Santiago y a Juan, que, en evidente contraste con lo que Jesús enseña, y entendiendo el Reino en una clave terrena y política, presentan su candidatura a los primeros puestos de honor.
El mal uso de la autoridad no sólo habría que referirlo al ámbito social y político, que nombra Jesús, sino también al familiar o comunitario o eclesial. Todos tenemos la tentación de dominar y tiranizar a los demás, si se dejan. La Iglesia, toda entera, como comunidad de Jesús, debe ser servidora de la Humanidad, y no su dueña y señora. No apoyada en el poder, sino dispuesta al amor servicial, animada por el ejemplo de Jesús en el lavatorio de la Última Cena.
Pero todos somos destinatarios de la lección. Porque todos, más o menos conscientemente, ambicionamos puestos de honor en nuestro seguimiento de Jesús. Tampoco nosotros, en nuestra vida familiar o comunitaria, tenemos que entender la autoridad como la de "los que son reconocidos como jefes de los pueblos", que "los tiranizan y los oprimen". Para nosotros, "nada de eso". Los cristianos tenemos que entender la autoridad, en el ámbito en que la tengamos, como servicio y entrega por los demás: "el que quiera ser primero, sea esclavo de todos".
Cuando nos examinamos sinceramente sobre este punto, a veces descubrimos que tendemos a dominar y no a servir, que en el pequeño o gran territorio de nuestra autoridad nos comportamos como los que tiranizan y oprimen, en vez de imitar a Jesús, que está en medio de la gente "como el que sirve".
Dispuestos a sacrificarnos por los demás
Pero además, y yendo a la raíz de la lección, debemos preguntarnos si aceptamos el evangelio de Jesús con todo incluido, también la cruz y la entrega total, no sólo en sus aspectos más fáciles. El mundo de hoy nos invita a rehuir el dolor y el sufrimiento. Lo que cuenta es el placer inmediato. Pero un cristiano tiene que asumir a Cristo con todas las consecuencias, "que cargue cada día con su cruz y le siga". Ser cristiano es seguir el camino de Cristo, en su "subida" a Jerusalén. A todos nos gusta más el domingo de resurrección que el Viernes Santo, pero ambos van unidos y no podemos separar la gloria de la actitud de entrega servicial.
Igual que el amor verdadero, también el seguimiento de Cristo exige a veces renuncia y sacrificio. Como tiene que sacrificarse el estudiante para aprobar, el atleta para ganar, el labrador para cosechar, los padres para sacar la familia adelante. Depende del ideal que se tenga. Para un cristiano el ideal es colaborar con Cristo en la salvación del mundo. Por eso, en la vida de comunidad muchas veces debemos estar dispuestos al trabajo por los demás, sin pasar factura. La filosofía de la cruz no se basa en la cruz misma, con una actitud masoquista, sino en la construcción de un mundo nuevo. Lo que parece una paradoja -buscar los últimos lugares, ser el esclavo de todos- sólo tiene sentido desde esta perspectiva de Jesús.
Cuando comulgamos en la Eucaristía, no recibimos sólo a Cristo Maestro o Amigo o Compañero de camino, sino al Siervo entregado. Para que aprendamos a ser también nosotros "entregados por" los demás.
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Jesús aprovecha la ocasión para dar una lección sobre la actitud que sus seguidores deben tener en la vida, siguiendo el ejemplo que les da él mismo.
Critica el modelo de las autoridades políticas, que entienden su autoridad como dominio y tiranía. Jesús dice a los doce -antes de dar esta lección reúne a todos- que sus seguidores deben buscar los últimos puestos, no los primeros. Servir, y no pretender que les sirvan. A los dos apóstoles ambiciosos les asegura que sí tendrán que compartir su cruz (uno de ellos, Santiago, bien pronto), pero que no vayan buscando puestos de honor.
A todos nos gusta más ser servidos que servir. Ocupar los primeros lugares que los últimos. ¿A quién le gusta ser esclavo de todos? Más bien buscamos poder esclavizar a otros, si podemos. En eso nos parecemos a Santiago y a Juan, que, en evidente contraste con lo que Jesús enseña, y entendiendo el Reino en una clave terrena y política, presentan su candidatura a los primeros puestos de honor.
El mal uso de la autoridad no sólo habría que referirlo al ámbito social y político, que nombra Jesús, sino también al familiar o comunitario o eclesial. Todos tenemos la tentación de dominar y tiranizar a los demás, si se dejan. La Iglesia, toda entera, como comunidad de Jesús, debe ser servidora de la Humanidad, y no su dueña y señora. No apoyada en el poder, sino dispuesta al amor servicial, animada por el ejemplo de Jesús en el lavatorio de la Última Cena.
Pero todos somos destinatarios de la lección. Porque todos, más o menos conscientemente, ambicionamos puestos de honor en nuestro seguimiento de Jesús. Tampoco nosotros, en nuestra vida familiar o comunitaria, tenemos que entender la autoridad como la de "los que son reconocidos como jefes de los pueblos", que "los tiranizan y los oprimen". Para nosotros, "nada de eso". Los cristianos tenemos que entender la autoridad, en el ámbito en que la tengamos, como servicio y entrega por los demás: "el que quiera ser primero, sea esclavo de todos".
Cuando nos examinamos sinceramente sobre este punto, a veces descubrimos que tendemos a dominar y no a servir, que en el pequeño o gran territorio de nuestra autoridad nos comportamos como los que tiranizan y oprimen, en vez de imitar a Jesús, que está en medio de la gente "como el que sirve".
Dispuestos a sacrificarnos por los demás
Pero además, y yendo a la raíz de la lección, debemos preguntarnos si aceptamos el evangelio de Jesús con todo incluido, también la cruz y la entrega total, no sólo en sus aspectos más fáciles. El mundo de hoy nos invita a rehuir el dolor y el sufrimiento. Lo que cuenta es el placer inmediato. Pero un cristiano tiene que asumir a Cristo con todas las consecuencias, "que cargue cada día con su cruz y le siga". Ser cristiano es seguir el camino de Cristo, en su "subida" a Jerusalén. A todos nos gusta más el domingo de resurrección que el Viernes Santo, pero ambos van unidos y no podemos separar la gloria de la actitud de entrega servicial.
Igual que el amor verdadero, también el seguimiento de Cristo exige a veces renuncia y sacrificio. Como tiene que sacrificarse el estudiante para aprobar, el atleta para ganar, el labrador para cosechar, los padres para sacar la familia adelante. Depende del ideal que se tenga. Para un cristiano el ideal es colaborar con Cristo en la salvación del mundo. Por eso, en la vida de comunidad muchas veces debemos estar dispuestos al trabajo por los demás, sin pasar factura. La filosofía de la cruz no se basa en la cruz misma, con una actitud masoquista, sino en la construcción de un mundo nuevo. Lo que parece una paradoja -buscar los últimos lugares, ser el esclavo de todos- sólo tiene sentido desde esta perspectiva de Jesús.
Cuando comulgamos en la Eucaristía, no recibimos sólo a Cristo Maestro o Amigo o Compañero de camino, sino al Siervo entregado. Para que aprendamos a ser también nosotros "entregados por" los demás.
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