(De "La vida oculta en Dios" por Robert de Langeac (1877-1947)
La imaginación es la zona en que confluyen las facultades superiores y las inferiores. Adueñarse de ella tiene así la mayor importancia. Pero no se consigue fácilmente... Paciencia, pues, y tiempo al tiempo.
No tenemos sobre la imaginación un poder despótico, sino político. Ganémosla por destreza. Presentémosle imágenes buenas y santas; dejémosla libre, si es necesario, vigilándola. Poco a poco, cuando las demás facultades hayan sido ganadas por Dios, formará al lado de ellas.
La regla general es el Age quod agis de los antiguos. Terminar con las discusiones inútiles sobre lo que acabamos de hacer, con las preocupaciones sobre lo que hemos de hacer más tarde. Lo que hemos de vigilar, regular y dominar es la imagen que está siempre al final de la acción lo mismo que estuvo en su origen.
Atengámonos únicamente a la imagen de lo que hacemos, pero sin precisarla más de cuanto sea menester. Que durante este tiempo el fondo del alma está unido muy suavemente a Dios. Insistamos mucho sobre este punto.
Multiplicar las imágenes es aumentar el desasosiego, dividir las fuerzas de la atención. Durante la acción, no tengamos en la imaginación más que una imagen; la de la cosa que hagamos. En la meditación, por otra parte, en lugar de combatir las distracciones, vale más que nos volvamos hacia Dios y vayamos derechos a Él por un movimiento vigoroso del alma.
Ocupad vuestro espíritu, pero en paz y con paciencia. No le deis a moler más que muy buen trigo. Que trabaje lentamente. Las lecturas inútiles no sirven más que para hacer girar la imaginación en el vacío. Pero los molinos no están hechos para girar, sino para moler. La conclusión es fácil de deducir.
Para ver mejor los «armónicos» de una idea principal y sus ideas afines, debilitad el sonido de aquélla. Y dedos: agrando, luego exagero.
No escuchéis el rumor que se forma en vuestra alma; eso es, por lo menos, perder el tiempo. Dejad más bien que la tierra siga girando. Procurad vivir a la manera de las almas desasidas. Uníos a Dios por lo más alto del alma. No esperéis a mañana para concluir vuestros trabajos de construcción. Hacedlo desde ahora mismo.
Vigilad mucho vuestras fuentes, vuestros puntos de partida, como se vigila un cruce de agujas o una cimentación. Pues sin eso, y ayudados por la lógica, podéis construir todo un edificio sobre la arena, sin punto de apoyo, en el aire. Y ya sabéis lo que sucede... A menos de que las conclusiones a las que lleguéis os adviertan por sí mismas que habéis equivocado el camino...
En el descanso, suprimid despiadadamente todo ensueño imaginativo en cuanto lo vislumbréis. Dad a Dios la fidelidad de no ocuparos más que de Él y Él os dará enseguida la Gracia, para hacer lo que sea preciso y para resolver los problemas pendientes.
Hay períodos en los que la «rueda de molino» es muy difícil de parar; es preciso saber soportar esas importunidades de la imaginación. No persigáis entonces a Dios, sino volved hacia Él suavemente las facultades superiores. Es lo más seguro e, incluso, lo más fácil.
Velar sobre la salud, la moderación en la marcha, en la escritura, etc., ayuda mucho. Pues en la pobre máquina humana todo se relaciona.
Importa mucho evitar todo lo que agita, inquieta y turba. ¿Sobre quién descansará mi Espíritu sino sobre el humilde y el pacífico? ¡Tenemos tanta necesidad del Espíritu Santo!
Acordaos de que la imaginación es tanto más de temer y de vigilar cuanto que no siempre se equívoca necesariamente.