Seguimiento de Cristo

(Texto del sacerdote y teólogo Karl Rahner)

Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, verdaderamente Dios y hombre en una única persona, Dios desde la eternidad, hecho hombre en nuestro mundo, en el cual estás con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos: te adoramos.

Tú lo has compartido todo con nosotros. Tú mismo, glorioso y consustancial resplandor del Padre, has vivido nuestra vida. Tú la conoces. La has experimentado y saboreado. Tú sabes cómo es. No podemos decir que Tú no sabes qué es eso de ser hombre, que Tú no puedes sentir qué significa estar sometido a las fuerzas y poderes de esta tierra.

Tú has sentido qué quiere decir tener un cuerpo, la carne del pecado y de la muerte; qué quiere decir permanecer prisionero en la finitud bajo los poderes de esta tierra: hambre, muerte, política, ignorancia, miseria, procedencia, leyes que disponen de nosotros, necesidad de ganar el pan, ser prisionero del ambiente y de las situaciones de la vida que uno no puede elegir. Tú fuiste un hombre. Ser un hombre debe constituir algo bello, bueno y lleno de sentido. Gracias a ti y a tu vida lo creemos.

Tú has compartido con nosotros lo que trajiste a esta tierra: el amor del Padre, su gloria, su vida divina, su verdad, que es la auténtica verdad de toda verdad. Nos has dado todo lo que el Padre te dio: la participación en la naturaleza divina, la filiación, el Espíritu Santo, la vida eterna. Lo aceptamos. Estamos dispuestos a ser infinitamente más que un nuevo hombre: un hijo de la eternidad, un hijo de Dios, heredero de la promesa, tu hermano, templo de tu Espíritu, reales sacerdotes que alaban al Padre y hacen retornar el mundo a su Creador como alabanza, trabajadores en tu viña, testigos de tu verdad, adoradores en espíritu, anunciadores de la luz que brillan, según las palabras de tu apóstol, como estrellas en medio de una generación mala y pervertida (Flp 2, 15).

Vive, pues, en nosotros. Te pertenece nuestra vida y nuestra muerte. Queremos someternos a tu ley de vida. Dispon de nosotros. No queremos extrañarnos, sino aceptar siempre que Tú quieras continuar tu vida en nosotros, la vida ordinaria, cotidiana, la vida amarga. La vida cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre.  Queremos seguirte.

Eterno y sumo sacerdote, queremos continuar tu oración a través de los tiempos hasta que el mundo pueda recitar la oración de la oración eterna, el eterno amén de todo cuanto Dios ha hecho.

Queremos orar; orar en lo cotidiano, en los grandes momentos de nuestra vida, en lo profundo de nuestras amenazas, en la impotencia de nuestro Getsemaní, en las últimas soledades de nuestros corazones. Te pedimos la gracia de orar siempre y no desistir.

Pedimos tu Espíritu Santo para que, sobre las alas de su divina comunicación en la vida trinitaria de Dios, transporte nuestras pobres palabras sobre el abismo de la nada de este mundo hasta la infinitud del Dios eterno. Creemos que nunca oramos solos.

Tú estás entre nosotros y en tu Espíritu Santo oras en nosotros cuando oramos en la comunidad de tu pueblo santo y en el aposento solitario. Adorador del Padre en Espíritu y en verdad, ora en nosotros y con nosotros todos los días de nuestra vida.

Queremos ser tus testigos y tus apóstoles. Testigos de tu verdad y de tu amor, misioneros de tu misión para la salvación del mundo. Como el Padre te ha enviado, así nos envías Tú a nosotros. Tu misión es dura y pesada. Nosotros somos débiles, cobardes y desganados, tercos y torpes. Ya tenemos bastante peso con nosotros mismos. Queremos, sin embargo, caminar.

Queremos comenzar de nuevo. Cansados y sedientos de paz, tendemos a evadirnos una y otra vez. No nos
dejes en paz. Inquiétanos siempre de nuevo. Enséñanos que sólo se puede operar la propia salvación en el desveló por la salvación de los otros. Haznos clarividentes y ágiles en las oportunidades de trabajar por el reino.

Danos esperanza contra toda esperanza. Otórganos tu fuerza en nuestra debilidad. Concédenos el amor que es altruista y paciente, confiado y fiel. En nuestro apostolado, haz que no descuidemos a los que nos son más cercanos.

Cuando tu Espíritu vive en nosotros y nos guía, te seguimos. Entonces estás Tú en nosotros y continúas tu propia palabra, la palabra del perdón, la obra de la redención, la transfiguración del mundo. Cuando te seguimos en tu Espíritu acontece un fragmento de tu reino venidero.

Ahora todavía estamos en fe y tribulación, bajo la sombra de la cruz. Pero cabalmente así está viniendo tu reino real, el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, de la justicia, del amor y de la paz. Danos la gracia de seguirte fielmente. Amén.