Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
—Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. El estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole:
—Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
—¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran calma. El les dijo:
—¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados y se decían unos a otros:
—¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
REFLEXIÓN (de "Celebrar a Jesucristo - El Año Litúrgico" por Adrien Nocent):
Significaría limitar considerablemente la significación de la lectura que se nos propone hoy si la redujéramos a la demostración del poder de Cristo sobre los elementos. Hay que ir mucho más allá.
Para comprender mejor el texto sometido hoy a nuestra consideración, hemos de considerar detenidamente lo que significan el agua y el mar en la Escritura.
Ya en el Génesis, el agua debe ser dominada, a fin de que pueda realizarse la creación del mundo. El salmo 94 canta al Señor que ha hecho el mar y todo cuato éste encierra. Es el Señor quien ha determinado sus límites, quien ha encerrado el mar con doble puerta (Job 38,8), quien le ha puesto límites (Prov 8,29). El tema del agua que el Señor hace brotar y de la que nacen tantos animales, según la cosmogonía antigua; el agua que el Señor divide con su poder, como ocurre en el Éxodo, y en la que viven tantos monstruos marinos, incluido Leviatán, a quien Dios creó "para jugar con él" (Sal 103,26); el tema del agua, repito, y el tema del mar han sido siempre muy del agrado de los hombres de la Biblia, muchos de los cuales son pecadores. Tienen del agua y del mar una concepción grandiosa. El salmo 106, que se canta como responso a la primera lectura, constituye un admirable poema del mar y expresa su esplendor y, al mismo tiempo, esa especie de terror sagrado que inspira.
De este modo se comprende mejor el estupor que se apodera de los apóstoles, aterrados por la tempestad, cuando ven cómo ésta es calmada por Jesús. También expresan su admiración, de un modo que Marcos formula con una interrogación pero que constituye más bien una alabanza: "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!" Si somos capaces de entender como es debido lo que el mar significa para los discípulos, comprenderemos mejor la alabanza con que se cierra esta perícopa evangélica.
Este relato es boy, para nosotros, de gran valor. Estamos dispuestos, en teoría, a reconocer la divinidad de Cristo y el poderío de Dios; pero, ¿no hay circunstancias en las que nuestro instinto de hombres desconfiados se apodera de nosotros?
El sueño de Jesús durante la tempestad desempeña un importante papel en el relato. Para aquellos hombres, la tempestad es el mayor peligro que conocen. Posteriormente, nuestros modernos descubrimientos han multiplicado las posibilidades y la amplitud de las catástrofes. Pero para los apóstoles la tempestad constituye el peligro más angustioso que se pueda imaginar. El Señor, no obstante, duerme en el fondo de la barca. Los apóstoles manifiestan su terror: "Maestro, estamos perdidos". Y no pueden evitar hacer un reproche a Jesús: "¿No te importa que nos hundamos?".
Situémonos ahora en nuestra época. Jesús duerme, Dios no se ocupa de nosotros, que estamos metidos en la tempestad. ¿Cómo puede Dios tolerar las abominaciones que se han producido y siguen produciéndose? ¿Cómo puede tolerarse su no-intervención, tanto más cuanto que, si es Dios, debe ser bueno? Son preguntas e indignaciones que se nos plantean todos los días, incluso entre les cristianos. Dios duerme.
La respuesta de Jesús es dura: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?" Y, de hecho, Cristo, en el momento de su pasión, hallará en sus discípulos una fe tan débil, que Pedro no tendrá el valor de confesarla. En el momento de su resurrección encontrará las mismas vacilaciones con respecto a la fe en el advenimiento de la salvación y de la vida nueva. Los Padres de la Iglesia vieron en esta barca sacudida por la tempestad la imagen de la Iglesia misma. Y ¿no es cierto que en determinados momentos se ha podido creer que Jesús dormía en la barca que es su Iglesia, sin aparentemente reaccionar? Hay, pues, en todo esto (y Jesús lo declara personalmente) un problema de fe.
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