Has rejuvenecido!
Efectivamente, adviertes que el trato con Dios
te ha devuelto en poco tiempo a la época sencilla y feliz de la juventud,
incluso a la seguridad y gozo - sin niñadas- de la infancia espiritual...
Miras a tu alrededor, y compruebas que a los demás les sucede otro tanto:
transcurren los años desde su encuentro con el Señor y,
con la madurez, se robustecen una juventud y una alegría indelebles;
no están jóvenes: son jóvenes y alegres!
Esta realidad de la vida interior atrae, confirma y subyuga a las almas.
Agradéceselo diariamente "ad Deum qui laetificat iuventutem"
- al Dios que llena de alegría tu juventud -.