Señor Jesucristo, Salvador y Redentor, me arrodillo delante de tu cruz bendita. Quiero abrir mi espíritu y mi corazón a la meditación de tu Pasión santa. Quiero plantar tu cruz frente a mi pobre alma para que arraigue en mi corazón y entienda lo que Tú has hecho y padecido y por quién lo padeciste.
Que me asista tu gracia para que pueda sacudir la torpeza y la indiferencia de mi corazón y olvide, al menos por media hora, la mediocridad de mis días, para que mi amor, mi arrepentimiento y mi gratitud estén contigo.
¡Oh Rey de los corazones!, que tu amor crucificado abrace mi pobre corazón, débil, cansado y afligido; que se sienta atraído interiormente por ti.
¡Oh Rey de los corazones!, que tu amor crucificado abrace mi pobre corazón, débil, cansado y afligido; que se sienta atraído interiormente por ti.
Suscita en mí lo que me falta: compasión y amor a ti, fidelidad y empeño para perseverar en la contemplación de tu santa Pasión y muerte.
Quiero meditar tus últimas siete palabras en la cruz. Tus últimas palabras antes de que Tú, Palabra de Dios que resuena de eternidad en eternidad, callaras para siempre en esta tierra en el silencio de la muerte. Las pronunciaste con tus labios sedientos, salieron de tu corazón inundado de dolor, fueron palabras del corazón. Las dirigiste a todos. También a mí. Hazlas penetrar en mi corazón, en lo más profundo, en lo íntimo. Que las comprenda. Que no las olvide jamás, sino que vivan y prendan con fuerza en mi corazón sin vida. Pronuncíalas Tú mismo para mí, para que escuche el sonido de tu voz.
Señor, haz que al morir pueda escuchar las palabras de tu misericordia y amor; haz que no deje de escucharlas. Ahora, concédeme acoger con corazón dócil tus últimas palabras en la cruz. Amén.