En aquel tiempo dijo Jesús á sus discípulos esta parábola:
-El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo.
Cinco, de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:
-«¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!»
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:
-«Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.»
Pero las sensatas contestaron:
-«Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.»
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
-«Señor, señor, ábrenos.»
Pero él respondió:
-«Os lo aseguro: no os conozco.»
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.
REFLEXIÓN (de "Enséñame tus caminos - Domingos ciclo A" por José Aldazábal):
Velad, pues
La Palabra de Dios nos invita repetidamente a vigilar.
En la parábola de hoy no importa analizar si son o no verosímiles algunos de los detalles: la tardanza precisamente del esposo, la poca solidaridad de las muchachas prudentes, la idea de que las tiendas puedan estar abiertas a esas horas de la noche, la dureza del esposo que cierra las puertas a los que llegan tarde, contra todas las leyes de la hospitalidad oriental...
Lo principal es la lección que nos da Jesús: las diez tendrían que haber estado preparadas para cuando llegara el novio. Velar es estar alerta, despiertos, preparados, vigilantes. Puede ser que el sueño domine a todos (las muchachas prudentes también se durmieron), pero si uno está preparado, si "tiene aceite para la lámpara", el dormirse no es grave ni le ha de producir angustia, porque cuando le despierten estará preparado y será admitido a la fiesta.
Velar es mirar al futuro para vivir el presente con mayor motivación y discernimiento. ¿Estamos siempre preparados?, ¿habrá aceite en nuestras lámparas cuando nos llame el Señor a rendir cuentas?
Debemos permanecer vigilantes no sólo en relación a los últimos tiempos, sino a nuestra propia muerte y también a los mil momentos importantes de "encuentros con el Señor" que se van sucediendo en nuestra vida, que son auténticas ocasiones de gracia (en griego, "kairoi", tiempos propicios). Si estamos despiertos, los podemos aprovechar para ir madurando. Si estamos dormidos o amodorrados, preocupados por otras cosas, se nos pasará la ocasión, no sabremos descubrir a Cristo presente en los signos de los tiempos, ni en las personas, ni en la Palabra, ni en los sacramentos, y no entraremos a la fiesta.
Velar, mantenerse en vigilia, es lo que hacemos cuando estamos junto al lecho de un enfermo, o lo que hacen los guardias y centinelas en su puesto de observación, o los médicos y enfermeros de guardia. Así, la comunidad eclesial se mantiene en la espera mirando hacia el futuro: es un pueblo en marcha, peregrino, que camina hacia la venida última de su Señor y Esposo. Es una actitud fundamental para todo cristiano: además de creyente y servicial (fe y caridad), un cristiano es una persona que espera, que está en vela, mirando al futuro. Los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado de Dios. También nosotros corremos el peligro de adormecernos y dejar pasar los momentos de gracia que Dios nos ofrece una y otra vez.
No sabemos el día ni la hora
En esta parábola, como en otras, Jesús introduce un aspecto importante: el amo tarda en llegar, el esposo se retrasa, el ladrón no avisa de la hora en que vendrá. "De aquel día y hora, nadie sabe nada, sólo el Padre" (Mt 24,36). "Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24,42). "Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le abriera un boquete en su casa. Por eso también vosotros estad preparados porque en el momento que no penséis vendrá el Hijo del Hombre" (Mt 24,43).
No sabemos el día ni la hora. Dios no tiene por qué obedecer nuestros cálculos. Actúa cuando menos se le espera. Dios se retrasa: esto es, no sigue necesariamente el horario que le habíamos marcado nosotros. Los de Tesalónica andaban preocupados porque Cristo "tardaba en volver". Tarda según nuestro reloj: según el suyo, llegará puntualmente.
La mejor manera de estar preparados en el momento decisivo, por ejemplo, de nuestra muerte, es estar preparados día a día. Las cosas importantes no se improvisan.
Que no nos falte el aceite
El aceite tiene muchos usos prácticos en la vida: para cocinar, para suavizar, para curar, para alimentar lámparas. Por eso es también símbolo de realidades más profundas: luz, paz y suavidad (poner un poco de aceite en las relaciones de una comunidad), amor, alegría, salud. En el uso religioso, ya en el AT se empleaba la unción (el masaje con aceite) como signo de la elección y consagración de reyes, profetas o sacerdotes de parte de Dios.
Las muchachas que tenían sus lámparas encendidas, símbolo de fe, de atención, de interés, de amor, entraron a la fiesta de las bodas.
Las comparaciones con nuestro mundo son fáciles. Tienen su lámpara encendida el estudiante al que no conviene que le sorprendan los exámenes sin preparación, el deportista que no espera a última hora en esforzarse por ganar la carrera o al menos a no llegar fuera de control, el viajero que procura muy bien que no le falta carburante para el viaje que emprende en su coche, el administrador que no descuida la economía de cada día para poder llegar a fin de mes, los ecologistas que advierten de que no podemos malgastar en nuestra generación algunos de los bienes de la naturaleza (oxígeno, agua) que van a hacer falta a nuestros sucesores...
Al final, cuando Jesús el Juez nos llame ante sí, aparecerá cuál era ese aceite que teníamos que haber asegurado para nuestra lámpara: si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos visitado al enfermo... Las cuentas corrientes y los aplausos que hayamos recibido de los hombres y la fama que hayamos acumulado, pueden no servirnos para nada. Lo que nos hacía falta era el aceite de la fe, del amor, de las buenas obras.
Vigilar no es vivir con miedo ni dejarnos atenazar por la angustia. Un cristiano no deja de vivir el presente, de incorporarse seriamente a las tareas de la sociedad y de la Iglesia. Pero lo hace con responsabilidad, y con la atención puesta en los verdaderos valores, sin dejarse amodorrar por las drogas de este mundo o por la pereza.
Ojalá acertemos con lo verdaderamente importante en la vida. Ojalá de buena mañana, cuando empecemos la jornada, encontremos sentada a nuestra puerta la Sabiduría divina, y la convicción de que Cristo "está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo", y eso nos dé la paz y la serenidad que nos hacen falta para vivir humana y cristianamente. Con aquella esperanza cristiana que mostraba el P. Arrupe cuando dijo que para él la muerte era "el último amén de la vida presente y el primer aleluya de la vida definitiva"... El aleluya de haber entrado al banquete de bodas.
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