Para serviros, Dios mío, no me mueve el terror de vuestra mano arrojando rayos, ni el horror del fuego del infierno ardiendo eternamente: Tú me mueves, Dios mío, por ti mismo; Tú, Jesucristo, atravesado, me atraes, la Cruz me obliga, y me enciende, oh Jesús; la sangre que brota de tus llagas.
Si no existiese el fuego del infierno y se quitase la esperanza de la gloria, yo, sin embargo, oh Criador mío, prendado de vuestras bondades, admirando vuestra sublime divinidad, santa y próbida, proseguiré en el amor ya comenzado.
A ti, Jesús, Hijo de Dios, a ti, Hijo de la Virgen, manso, fuerte, inocente, que te dignaste morir por nosotros, que todo lo mereces, te amaré sin recompensa.