Mateo 18,15-20: donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

REFLEXIÓN (del Rezo del Ángelus por el Papa Juan Pablo II del domingo 8 de septiembre del 2002):

En la página evangélica de hoy Jesús dice a los discípulos:  "Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo". Estas palabras, acogidas con fe, abren el corazón a la confianza. Dios es padre misericordioso, que escucha la invocación de sus hijos adoptivos.

Cuando los creyentes oran, conmueven el corazón de Dios, para el que nada es imposible. Por eso, como escribí en la Novo millennio ineunte, es preciso que se distingan "en el arte de la oración" (n. 32), de modo que todas las comunidades cristianas lleguen a ser "auténticas escuelas de oración" (n. 33).

Por desgracia, asistimos con frecuencia a situaciones y hechos dramáticos que siembran en la opinión pública desconcierto y angustia. El hombre moderno se muestra seguro de sí y, sin embargo, especialmente en ocasiones cruciales, debe reconocer su impotencia: experimenta la incapacidad de intervenir y, en consecuencia, vive en la incertidumbre y en el miedo.

En la oración, impregnada de fe, reside el secreto para afrontar, no sólo en las emergencias, sino también día a día, los esfuerzos y los problemas personales y sociales.

Quien ora no se desanima ni siquiera ante las dificultades más serias, porque siente a Dios a su lado y encuentra refugio, serenidad y paz entre sus brazos paternos. Además, quien se abre con confianza a Dios, se abre con mayor generosidad al prójimo y es capaz de construir la historia según el proyecto divino.

Amadísimos hermanos y hermanas, "que enseñar a orar se convierta de alguna  manera  en un punto determinante de toda programación pastoral" (ib., n. 34). Es muy importante orar cada día, personalmente y en familia.

Que orar, y orar juntos, sea el aliento diario de las familias, de las parroquias y de toda comunidad.

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