El alma dichosa todavía tiene otro modo de amar más elevado, que le proporciona no poco trabajo interior. Consiste en que trascendiendo su humanidad es introducida en el amor, y que trascendiendo todo sentir y razonar humano, toda actividad de nuestro corazón, es introducida, sólo por el amor eterno, en la eternidad del amor, en la sabiduría incomprensible y en la altura silenciosa y profundidad abismal de la divinidad, la cual es todo en todo, siempre incognoscible y más allá de todo, inmutable, la cual es todo, puede todo, abarca todo y obra todopoderosamente.
En este estado el alma dichosa se ve tan delicadamente sumergida en el amor y tan intensamente introducida en el anhelo, que su corazón está fuera de sí e interiormente inquieto. Su alma se derrama y derrite de amor. Su espíritu es todo él anhelo. Todas sus potencias la empujan en una misma dirección: ansía gozar del amor. Lo reclama con insistencia a Dios. Lo busca apasionadamente en Dios. Esta sola cosa anhela sin poder remediarlo. Pues el amor ya no la deja reposar ni descansar ni estar en paz.
El amor la levanta y la derriba. El amor de pronto la acaricia y en otro momento la atormenta. El amor le da muerte y le devuelve la vida, da salud y vuelve a herir. La vuelve loca y luego de nuevo sensata. Obrando así, el amor eleva el alma a un estado superior. De esta manera el alma ha subido - en lo más alto de su espíritu - por encima del tiempo a la eternidad. Por encima de los regalos del amor ha sido elevada a la eternidad del mismo amor, donde no hay tiempo. Está por encima de los modos humanos de amar, por encima de su propia naturaleza humana, en el anhelo de estar ahí arriba.
Allí está toda su vida y voluntad, su anhelo y su amor: en la seguridad y la claridad diáfana, en la noble altura y en la belleza radiante, en la dulce compañía de los espíritus más excelsos, que rebosan amor desbordante y que se encuentran en un estado de conocimiento claro, de posesión y disfrute del amor.
A veces ahí arriba vive su relación anhelante, especialmente en compañía de los ardientes serafines; en la gran divinidad y en la sublime Trinidad tiene su amable descanso y su dichosa morada.
Ella Lo busca en su majestad, Le sigue allí y Lo contempla con su corazón y con su espíritu. Lo conoce, Lo ama, Le desea tanto que es incapaz de prestar atención a santos o seres humanos, a ángeles o criaturas, a no ser en el amor a Él, que lo abarca todo y en el que lo ama todo. Sólo a El ha elegido por amor, por encima de todo, por debajo de todo, en todo, de tal modo que con el anhelo de su corazón y con todas las potencias de su espíritu desea verlo, poseerlo y disfrutarlo.
Por esto la vida terrena para ella es un verdadero destierro, una dura cárcel y un gran dolor. Desprecia el mundo, la tierra le pesa, y lo terreno no es capaz de satisfacerla ni contentarla. Le resulta un gran dolor tener que estar tan lejos y vivir como exiliada. No es capaz de olvidar que vive en el destierro. Su anhelo no puede ser calmado. Su ansia la tortura lastimosamente. Lo vive como un camino de pasión y de tormento, sin medida, sin gracia.
Por esto siente un ansia grande y un anhelo ardiente de ser liberada de este destierro y poder desprenderse de este cuerpo. Con un corazón herido dice lo mismo que dijo el apóstol: Cupio dissolvi et esse cum Christo, es decir: 'Mi deseo es morir y estar con Cristo'.
Así pues, el alma se encuentra en un ansia ardiente y en una inquietud dolorosa de ser liberada y vivir con Cristo. La razón de ello no es que la vida actual le entristezca ni que tenga miedo a los sinsabores que la esperan. No, debido sólo a un amor santo y eterno, languidece en ansias y se derrite en el anhelo de poder llegar a la patria eterna y a la gloria del gozo.
El anhelo en ella es grande y fuerte, su inconstancia le pesa mucho, y el dolor que sufre por este anhelo es indescriptible. A pesar de todo, no tiene más remedio que vivir en la esperanza; y es precisamente esta esperanza la que le hace ansiar y padecer tanto.
Oh santo deseo de amor ¡qué grande es tu fuerza en el alma que ama! Es un dichoso sufrimiento, un tormento agudo, un dolor que dura demasiado, una muerte traidora y un vivir muriendo.
No puede llegar allí arriba, y aquí abajo no puede encontrar descanso ni reposo. Su anhelo le hace insoportable pensar en Él, y prescindir de Él hace sufrir de anhelo su corazón. Así pues, ha de vivir con gran incomodidad.
Y así es que no puede ni quiere ser consolada, como dice el profeta: Renuit consolari anima mea, etcetera, que quiere decir: 'Mi alma rehusa ser consolada.' Rehusa toda consolación, a menudo incluso de Dios y de sus criaturas. Porque toda alegría que esto podría comportar, intensifica su amor y aviva su anhelo de un estado superior. Esto renueva su ansia por poner en práctica su amor, permanecer en el goce del amor y vivir sin consuelo en el destierro. De esta manera sigue insaciable e insatisfecha en todo lo que recibe, por tener que carecer de la presencia real de su amor.
Es una dura vida de padecimiento, por no querer ser consolada mientras no reciba lo que busca sin descanso.
El amor la ha seducido, la ha guiado y enseñado a andar por su camino, y ella lo ha seguido fielmente. A menudo en trabajo costoso y muchas obras, en gran ansia y fuerte anhelo, en inquietud de muchas clases y gran insatisfacción, en alegría y dolor y mucho sufrimiento, buscando y reclamando, careciendo y teniendo, saliendo fuera de sí, en el seguimiento y el ansia, en agobio y pena, en miedo y preocupaciones, derritiéndose y sucumbiendo, en gran confianza y mucha desconfianza, en lo bueno y en lo malo - en todo esto está dispuesta a sufrir. En la muerte y en la vida quiere dedicarse al amor; en el sentimiento de su corazón sufre mucho dolor; por el amor anhela llegar a la patria.
Cuando en este destierro lo ha probado todo, todo su refugio es la gloria. Esto es verdaderamente la obra del amor: anhelar la forma de vida que más conecta con el amor, en que mejor se puede dedicar al amor, y seguir esta forma de vida.
Por esto siempre quiere seguir al amor, conocer el amor y gozar del amor. En este destierro esto no lo consigue. Por esto quiere partir hacia su patria, en donde ha construido su morada, hacia donde ha dirigido su anhelo y donde descansa con amor y anhelo.
Pues esto lo sabe muy bien: allí en su patria quedará libre de todos los obstáculos y será recibida con amor por su Amado.
Allí contemplará ardientemente, al haber amado tan delicadamente. Su recompensa eterna será poseerle a Él a quien ha servido tan fielmente. Gozará plenamente satisfecha de Él, a quien tantas veces ha abrazado llena de amor en su interior. Allí entrará en la alegría del Señor, como dice San Agustín: Qui in te intrat, intrat in gaudium domini sui etcetera, lo cual quiere decir: 'Quien entra en Ti, entra en la alegría de su Señor'. No le tendrá miedo sino que lo poseerá - morando como amada en el Amado.
Allí el alma se une a su esposo, se hace un solo espíritu con él en fidelidad inquebrantable y amor eterno.
Quien se haya empleado activamente en esto en el tiempo de gracia, lo gozará en el tiempo de la gloria, cuando ya no se haga otra cosa más que alabar y amar.
Que Dios nos conduzca allí a todos. Amen.
Que Dios nos conduzca allí a todos. Amen.