Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente.
Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá»}.
REFLEXIÓN (de "El año litúrgico - Celebrar a Jesucristo", por Adrien Nocent):
Tenemos que remitir al evangelio de san Mateo, proclamado en el Ciclo A de este mismo domingo. San Lucas recoge el mismo texto que san Mateo, inspirándose como él en la lectura del Levítico proclamada este mismo domingo, en el Ciclo A: «Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo» (Lv 19,2). Sin embargo san Lucas ha modificado el texto del Levítico y escribe: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».
El final de este pasaje -«La medida que uséis la usarán con vosotros»- nos remite a la oración del Señor, el Padre nuestro: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos». Los comentarios de los Padres insisten en que somos nosotros quienes señalamos a la infinita misericordia de Dios sus límites: estos son los que nosotros mismos pongamos al perdón que otorguemos a los demás.
Aquí es donde encontramos la verdadera originalidad del evangelio y el modo de vivir propio del cristiano. En medio de su actuación en el mundo, el cristiano' se conduce como un ser original, incomprendido, tenido por ingenuo por los que juzgan según los caminos de los hombres. Ideal difícil de alcanzar. Y sin embargo, nadie puede llamarse verdaderamente cristiano, si no se pone a perseguirlo.
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