Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
REFLEXIÓN (de los Sermones de San Agustín):
Brilla para nosotros, hermanos, el día grato en el que la Iglesia santa aparece llena de resplandor ante los ojos de los fieles, y de fervor en los corazones. Celebramos, efectivamente, el día en el que Jesucristo el Señor, después de resucitado y glorificado por su ascensión, envió al Espíritu Santo.
Así está escrito en el evangelio: Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba; ríos de agua viva fluirán del seno de quien crea en mí. Y el evangelista lo explicó a continuación con estas palabras: Esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él.
En efecto, aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús aún no había sido glorificado. Sólo quedaba que, una vez glorificado Jesús tras haber resucitado de entre los muertos y haber ascendido a los cielos, se diese ya el Espíritu Santo, siendo enviado por quien lo había prometido.
Y así sucedió. El Señor subió al cielo después de haber pasado cuarenta días con sus discípulos tras su resurrección, y a los cincuenta días de ésta envió al Espíritu Santo, según está escrito: Se produjo de repente un ruido proveniente del cielo, como el de un viento que sopla con fuerza, y aparecieron ante ellos lenguas divididas, como de fuego, que se posaron sobre cada uno de los presentes, y comenzaron a hablar en todas las lenguas, según el Espíritu les concedía hablarlas.
Aquel viento limpiaba los corazones de la paja carnal; aquel fuego consumía el heno de la vieja concupiscencia; aquellas lenguas que hablaban los que estaban llenos del Espíritu Santo anticipaban a la Iglesia que iba a estar presente en las lenguas de todos los pueblos.
Después del diluvio, la impía soberbia de los hombres construyó una torre muy alta contra Dios, a consecuencia de lo cual el género humano mereció la división por la diversificación de las lenguas, de forma que cada pueblo hablaba la suya propia, sin que le entendieran los demás; de idéntica manera, la humilde piedad de los fieles aportó a la unidad de la Iglesia la diversidad de las lenguas, de modo que la caridad reúne lo que la discordia había dispersado, y los miembros dispersos del género humano, cual si fuera un solo cuerpo, son restituidos y unidos a Cristo, única cabeza, y se fusionan en la unidad del cuerpo santo gracias al fuego del amor.
De este don del Espíritu Santo están totalmente alejados los que odian la gracia de la paz, los que no perseveran en la sociedad de la unidad. Aunque también ellos se reúnen hoy con toda solemnidad, aunque escuchen estas mismas lecturas que narran la promesa y el envío del Espíritu Santo, las escuchan para su propia condenación, no para recibir el premio.
¿De qué les sirve acoger con el oído lo que rechazan con el corazón y celebrar este día cuya luz odian? Vosotros, en cambio, hermanos míos, miembros del cuerpo de Cristo, retoños de la unidad, hijos de la paz, celebrad este día con alegría y tranquilidad. En vosotros se cumple lo que se anunciaba en aquellos días, cuando vino el Espíritu Santo.
Como entonces los que recibían el Espíritu Santo, incluso cada uno en particular, hablaban en todas las lenguas, así también ahora la misma unidad habla las lenguas de todos los pueblos; en ella estáis enraizados los que tenéis el Espíritu Santo, los que no estáis separados por ningún cisma de la Iglesia de Cristo, que habla todas las lenguas.
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Así está escrito en el evangelio: Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba; ríos de agua viva fluirán del seno de quien crea en mí. Y el evangelista lo explicó a continuación con estas palabras: Esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él.
En efecto, aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús aún no había sido glorificado. Sólo quedaba que, una vez glorificado Jesús tras haber resucitado de entre los muertos y haber ascendido a los cielos, se diese ya el Espíritu Santo, siendo enviado por quien lo había prometido.
Y así sucedió. El Señor subió al cielo después de haber pasado cuarenta días con sus discípulos tras su resurrección, y a los cincuenta días de ésta envió al Espíritu Santo, según está escrito: Se produjo de repente un ruido proveniente del cielo, como el de un viento que sopla con fuerza, y aparecieron ante ellos lenguas divididas, como de fuego, que se posaron sobre cada uno de los presentes, y comenzaron a hablar en todas las lenguas, según el Espíritu les concedía hablarlas.
Aquel viento limpiaba los corazones de la paja carnal; aquel fuego consumía el heno de la vieja concupiscencia; aquellas lenguas que hablaban los que estaban llenos del Espíritu Santo anticipaban a la Iglesia que iba a estar presente en las lenguas de todos los pueblos.
Después del diluvio, la impía soberbia de los hombres construyó una torre muy alta contra Dios, a consecuencia de lo cual el género humano mereció la división por la diversificación de las lenguas, de forma que cada pueblo hablaba la suya propia, sin que le entendieran los demás; de idéntica manera, la humilde piedad de los fieles aportó a la unidad de la Iglesia la diversidad de las lenguas, de modo que la caridad reúne lo que la discordia había dispersado, y los miembros dispersos del género humano, cual si fuera un solo cuerpo, son restituidos y unidos a Cristo, única cabeza, y se fusionan en la unidad del cuerpo santo gracias al fuego del amor.
De este don del Espíritu Santo están totalmente alejados los que odian la gracia de la paz, los que no perseveran en la sociedad de la unidad. Aunque también ellos se reúnen hoy con toda solemnidad, aunque escuchen estas mismas lecturas que narran la promesa y el envío del Espíritu Santo, las escuchan para su propia condenación, no para recibir el premio.
¿De qué les sirve acoger con el oído lo que rechazan con el corazón y celebrar este día cuya luz odian? Vosotros, en cambio, hermanos míos, miembros del cuerpo de Cristo, retoños de la unidad, hijos de la paz, celebrad este día con alegría y tranquilidad. En vosotros se cumple lo que se anunciaba en aquellos días, cuando vino el Espíritu Santo.
Como entonces los que recibían el Espíritu Santo, incluso cada uno en particular, hablaban en todas las lenguas, así también ahora la misma unidad habla las lenguas de todos los pueblos; en ella estáis enraizados los que tenéis el Espíritu Santo, los que no estáis separados por ningún cisma de la Iglesia de Cristo, que habla todas las lenguas.
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